Todo «El Observador Novel»


EL OBSERVADOR NOVEL No.8


ANATÓMICO FORENSE
por Raúl Minchinela

Hay que descubrirse ante la clarividencia de Luis García Berlanga. Mientras Pepe Isbert y compañía le cantaban a un Mister Marshall que pasaba de ellos como de ingerir bilis, el C.P.S. invocaba el amparo de la D.G.A. y de la Universidad de Zaragoza, que miraban al techo. Y decimos silbaban, porque por fin han pasado a la acción. Sí señores, finalmente lo hemos conseguido: el campus tecnológico del Actur va a recibir la construcción del nuevo Instituto anatómico forense.

Es justo reconocer que se ha luchado duramente para conseguir este gran logro, imprescindible para el desarrollo tecnológico de la región y para la formación de grupos de investigación. En un principio había una ubicación mucho más apropiada para el Instituto Anatómico en la zona de la Romareda, pero estaba cerca del Hospital Clínico y cerca también de la Facultad de Medicina, evidentes contrariedades para un Instituto de este tipo. De todos modos, aún existían posibilidades de emplazarlo allí; afortunadamente, las asociaciones de vecinos sostuvieron una postura de una lógica irrefutable: «no, no, aquí no (lagarto, lagarto)». El Ayuntamiento comprendió inmediatamente la posición y el edificio ha sido emplazado en el lugar más adecuado: junto al Centro Politécnico Superior. O sea, junto a la Escuela de Ingenieros.

Además, si la idea prospera, se procederá a la construcción de salas para juicios rápidos, una de las mayores carencias que tenía la formación ingenieril y empresarial de la región.

Es de esperar que ninguno de los alumnos ni de los estratos del Centro protesten por esta postura. Por fin el campus del Actur, como todos los campus tecnológicos del mundo, va a tener un Instituto Forense.

Del mismo modo, deseamos de todo corazón que los impulsores de esta idea sean los primeros en visitar las instalaciones.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.9


SAN PEPE
por Raúl Minchinela

No sé cómo San José terminó siendo patrón de los ingenieros. La figura de San Pepe es tan rocambolesca que más que cristiana parece salida de la mitología griega, donde un dios que se pasaba por toro violó a una mortal, un señor llamado Teresias tuvo -alternativamente- los dos sexos o cierto señor tuvo un hijo con su madre, dando a luz un hijo-hermano o váyase usted a saber qué.

Hoy, despues de que Freud demostró que la principal fuente de psicopatías de su tiempo venía de la fuerte censura sobre el sexo que vivía y después también de que los consultorios sentimentales pasaran de las radios a esos insuperables magazines del humor llamados revistas femeninas, hoy que ciertas niñas cobran por foto sueldos enteros gracias a sus muslos capaces de vender entre los onanistas visuales, hoy que cuando se ha ofrecido al pueblo anatomía a granel la plebe la ha acogido porque gusta- hay que rendirse a la evidencia-,hoy que se están torpedeando así todas las censuras hormonales -y si no que se lo digan a los países islamitas empeñados en destruir toda parabólica que ven porque barrena esa moral que imponen más que defienden-, hoy que ciertas viejas mentiras están reveladas, la figura de San Pepe no deja de ser cuanto menos extravagante.

Porque San José -si no me falla la memoria, porque de versículos estoy fatal- no sólo no ligó con una sola moza, en una postura puramente Newtoniana (lo cual justificaría ser patrón de Físicas), sino que además, para una que pilla, no le pone la mano encima. Y no contento con eso, San Pepe, que fue santo después pero que mientras tenía las gónadas tan profusas como cualquier ser humano, un día descubre que la mujer con la que se había casado, que además vaya usted a saber cuál de los dos lo propuso, está embarazada (citando a Lucas:»porque la virtud la `cubrió’ con su `sombra'») de vaya a saber quién, porque además no le dijo nada de la procedencia. Y en el colmo de la sabiduría, una noche sueña con una figura que le dice que a María la ha embarazado un dios -lo cual entra en perfecta consonancia con la teoría freudiana de la interpretación de los sueños, dado que quiere negar el hecho de que ha sido engañado y su subconsciente crea una situación artificial en la que el individuo (José) sale bien parado- y la vuelve a acoger en su casa despues de haberla «repudiado», citando a Mateo.

Y ahora respóndanme los estudiantes de ingeniería: ¿se sienten ustedes identificados este San Pepe, que cree sueños, cuyos hijos son de otro y que ha pasado a ser el más célebre… estoo… engañado de la historia de la humanidad?

Pues entonces preséntenme a sus esposas.

Nota: Aquellos que puedan pensar que este texto es irreverente deben reflexionar que también fue una irreverencia decir que la tierra gira alrededor del sol o que los monos y los hombres tienen una herencia genética común. Si un señor suda, aunque sea santo- que también los santos sudaban, aunque no lo crean-, los restos en la camisa no serán irreverentes: serán lógicos. Y pensar con lógica, revisar lo impuesto, es siempre necesario.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.10


COMPETENCIAS
por Raúl Minchinela

Hay algunos profesores que, como los primeros policías autonómicos, tienen serios problemas de competencias. Sus dominios, piensan, se extienden más allá de donde alcanza la vista y obligan a conocerlos sin indicarlos, por fe -supongo- en la ciencia infusa. No son excepción ni son regla: lo que son es inevitables. Para muestra un botón.

En cierta ocasión, en un examen de una asignatura que nada tenía que ver con el departamento de Matemática Aplicada, me preguntaban -y perdonen que por un momento utilice jerga científica- la ecuación de un balance, y dejé como solución una ecuación diferencial con las condiciones de contorno apropiadas, es decir, una solución matemáticamente coherente: el resto eran -y abandono con esto el lenguaje ingenieril- matemáticas. No era un paso para hallar otra cosa: no había nada más; era el final del problema. Junto con este resultado, resoluble para cualquier individuo que dispusiese de un programa numérico suficientemente útil, cuando no de ese libro naranja conocido popularmente como «el Simmons» -que incluye, por cierto, unas biografías fantásticas-, añadí una nota que venía que venía a decir que el problema quedaba resuelto de este modo, ya que la resolución de ecuaciones diferenciales no era el objetivo de esa asignatura. Poco después el profesor contestó en esa misma hoja con la habitual tinta roja: «te equivocas».

(Fue bastante considerado, dado que en otra ocasión, en circunstancias bastante similares, otro profesor decidió reírse en mi cara con el apoyo y la admiración de esa figura imprescindible en las revisiones de examen que es el compañero de despacho, y cuya función consiste en reir con sonoras carcajadas para minar la moral del estudiante).

Como alumno aplicado, decidí acatar la postura del señor de la tinta roja. Así pues, asumí que la resolución de este tipo de ecuaciones era uno de los fines de la asignatura y acudí al temario para confirmarlo. Oh, sorpresa: en el temario no aparecía por ningún lado.

Esta parábola nos deja dos opciones, a cuál más aterradora: la primera, que hay profesores que deciden por su cuenta y riesgo añadir no ya nuevos campos sino nuevos objetivos a tal o cual asignatura, y no lo comunican excepto a los alumnos que a nivel individual lo sacan a colación, ignorando a los estudiantes que sí confían en los temarios publicados y en los conocimientos aportados en clase. La segunda es que hay profesores que consideran que toda la ingeniería es su asignatura y que todos los demás instructores docentes no hacen sino apostillar sus clases magistrales impartiendo conocimientos lejanos pero imprescindibles para resolver SU examen.

Lo importante es abarcar. Lo importante es puntuar por conocimientos de los que no se está examinando. Más materia, es la guerra. Si Groucho se presentara a un parcial sacudiría su puro y diría «¡arréstenme!; no voy a hacer locuras porque ustedes me lo pidan».

Pero los demás pasamos por el aro.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.11


SECTARISMO (PLEGABLE)
por Raúl Minchinela

A veces sólo hay que mirar alrededor para ver cómo las ideas inteligentes son siempre las que se llevan a cabo. No hay que irse tan lejos como a los ghettos neoyorkinos ni a los territorios de Palestina, ni remontarse a la Alemania de los cristales rotos. Es bien sabido que la mejor medida para potenciar la convivencia entre individuos es el aislamiento y el sectarismo. Y el C.P.S. está actuando en consecuencia.

En realidad el hecho de que se haya colocado en el comedor un biombo para separar a profesores y alumnos no tendría mayor importancia si no fuera porque ya se intentó aprobar esa idea en Junta de Centro y se denegó -que a veces hay que salvar a la gente de hacer el ridículo-, y además porque esta medida sienta un precedente de insultante agravio comparativo que podría potenciar medidas del tipo menús diferentes, comedor en habitación aparte o un precioso número tatuado en el antebrazo modelo Auschwitz.

Y lo malo no es que alguien tuviese la brillante idea de pedir un separador para comer aparte, que gente así hay en todos los sitios, sino que otras personas, haciendo gala de un borreguismo atroz, hayan visto una idea discriminatoria y en lugar de luchar contra ella se hayan hecho partícipes, la hayan fomentado con su presencia y con sus sonrisas, hayan contribuido en el proceso.

Porque hasta ahora el Centro tenía un comedor para personas. Y eran personas las que cogían su bandeja, hacían su fila y se sentaban a comer y en ocasiones hasta a hablar. Y no importaba sexo, ni edad, ni religión, ni raza, ni profesión, y a mi lado podía comer un informático o un profesor de analógica o una señora que baja de Juslibol para comer barato. Lamentablemente, hay quien no se quiere considerar persona.

Y, como individuo, aunque mis compañeros de profesión se sentasen detrás del biombo, aunque todos mis amigos y toda mi familia y todas las personas a las que aprecio en este planeta se sentasen detrás del biombo, no podría ocultarme detrás de ese biombo que sólo promueve la discriminación y el agravio.

Yo, como persona, no podría sentarme detrás del biombo.

Yo, como persona, no puedo permitir un biombo.

Y el biombo, en nombre de las personas que luchan contra cualquier tipo de discriminación, tendrá que ser retirado o destruido.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.13


COMPORTAMIENTOS
por Raúl Minchinela

El placer de instalar un virus en una sala de usuarios es sólo comparable al de envenenar un bote de aspirinas (muy americano) o al de atender con mal humor en reprografía (muy de la gente con gafas).

Por fortuna, el individualismo y la mala uva sonríen con sus amigos y hacen una pausa para el café.

Ojalá se les atraganten ambas cosas.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.17


NEWTON
por Raúl Minchinela

Newton no fue lo bastante bueno.

No nos deberíamos engañar.

Es curioso cómo las paradojas afloran a poco que remuevas el agua. Prueba número uno: Alberto Einstein demostró que el tiempo pasa más lento para aquel que va más rápido. Tesis: si vas demasiado deprisa, llegarás demasiado tarde.

Prueba número dos: La religión cristian establece en una de sus diez normas básicas que no se ha de mentir. De este modo, si tenemos a un individuo particularmente insoportable contándonos durante noventa minutos cómo pasó el fin de semana, habremos de hacerle saber que se está comportando como un cretino insufrible, haciendo gala de una espantosa educación. Tesis: el buen cristiano o es maleducado o deja de ser buen cristiano.

Prueba número tres: Isaac Newton.

Isaac Newton, padre del cálculo diferencial, clarividente en los fenómenos físicos y afanoso en los desarrollos matemáticos, era un hombre arisco y malhumorado. Jamás vio el mar ni paseó por una playa. Jamás fue amado por una mujer.

No fue lo bastante bueno.

Y ahora observo alrededor y veo a gente endiosada porque ha salido bien parada en esa escala arbitraria y enfermiza de las calificaciones. Gente que rehuye el trato personal,que no habla si no ha sido formalmente presentada, que cree que su presencia es suficiente regalo para el mundo como para molestarse en intereses que no sean los propios. Gente espero- que- te- pudras- porque- eres- una- piedra- en- mi- camino.

Y me miro y veo un poco de esa mentalidad, adquirida supongo por osmosis, y lucho contra ella ahora que algo me ha hecho darme cuenta (porque es a través del dolor, como dice la canción, cuando se ven las cosas tal y como son) de que no soy lo bastante bueno.

Tesis: si no logramos ver qué nos falta, si no logramos reconocer dónde está la verdadera realización de la persona, si no somos capaces de dar sin esperar nada a cambio -siquiera un minúsculo gracias-, si no somos capaces de ganar el amor de una (¿la?) mujer…

…somos piedras.

Piedras insensibles.

Viejos huraños que nunca han visto el mar.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.19


ADVERTENCIAS PARA RECIÉN LLEGADOS
por Raúl Minchinela

La ingeniería -y no es un aviso destinado exclusivamente a los recién llegados- termina por distorsionar la perspectiva.

Así pues, especialmente entre los estudiantes yo- cojo- mis- apuntes- y- salgo- cuanto- antes- de- esta- jaula, no os sorprenda encontrar a gente que, enfrentados al butirato o al nonanoato de etilo o al undecilato de amilo, se limita a contar sus hidrógenos, a calcular su temperatura de vaporización o a hallar su viscosidad en condiciones criogénicas.

(Sé que a estas alturas los recién llegados abrirán los ojos con asombro, horrorizados por el infatuo destino al que ven condenados a sus predecesores, mientras los veteranos mostrarán un gesto de apatía generado por el aterrador poder de la costumbre).

De este modo, me veo forzado, dado que no quiero ver más víctimas de esta plaga, a regalar una serie de advertencias:

a) deberíais inscribiros en alguna asociación o, mejor aún, crear un colectivo propio. Debéis convertir este centro en un club social tan pronto como os sea posible u os inundará la náusea que arrastra la inmensa mayoría de los estudiantes que terminan la carrera. Debéis comunicar vuestras ideas: si os dicen que son imposibles, no estáis hablando con la persona adecuada.

b) no ignoréis a quien está a vuestro lado; el célebre consejo «tú pasa de todo y a lo tuyo» no es tal consejo: es una lacra.

c) si pensáis pasar los próximos cinco años de vuestra vida dedicándoos exclusivamente a leer folios y transcribir apuntes, vais a terminar con serios problemas sicológicos; además, el país de las buenas notas ya no es lo que era y con la ingeniería -citando a un ingeniero- no ligas ni con Marie Curie.

d) No perdáis la perspectiva de lo que observáis y lo que aprendéis.

De otro modo, miraréis todo por el filtro de las ecuaciones y de los diagramas y olvidaréis lo realmente importante, y la perspectiva analítica pura os hará olvidar la escala 1:1.

Y enfrentados al butirato o al nonanoato de etilo o al undecilato de amilo, dibujaréis un precioso esquema con su estructura y lo analizaréis y diseccionaréis sin daros cuenta de lo más importante.

Porque el butirato y el nonanoato de etilo y el undecilato de amilo son la esencia de la rosa.

A ver de qué ecuación despejas eso.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.20


LOS RIESGOS DE TOMARSE A LA LIGERA LA ELECCIÓN DEL DELEGADO
por Raúl Minchinela

El truco de elegir un delegado consiste en no reelegir a aquel que ha demostrado que no sirve.

Y ver si un delegado no sirve es sencillo.

Si un delegado no pide la opinión del resto de los alumnos mediante votación, y se establece como mesías forzando a sus compañeros a que se plieguen a su horario personal, ese delegado no sirve.

Si un delegado no informa a sus compañeros de los comunicados públicos de Delegación de Alumnos, máximo órgano de representación del alumnado en el centro, ese delegado no sirve.

Si un delegado sólo forma parte de las iniciativas populares si estas incluyen ganar dinero y/o costearse viajes para él y sus amiguetes torpedeando la participación del estudiante medio, ese delegado no sirve.

Si un delegado, a base de ignorar, de no representar, de no acudir a las reuniones a las que obliga su función, de no dar ni recibir información con los órganos dispuestos a tal efecto, no sólo no se hace respetar sino que su solo nombre basta para arrancar una carcajada entre los miembros de Delegación de Alumnos, ese delegado no sirve.

Y el hecho de que quinto de mecánicos haya vuelto a elegir al delegado que hizo todo eso en tercero (en cuarto estaba en el extranjero y hubo un delegado serio y capaz que ahora está allende las aduanas) significa que o bien la gente es masoquista o bien está mal informada.

(Obvío el comentario de que el delegado del que estoy hablando es mi actual delegado y que la Delegación de la que estoy hablando es mi actual Delegación y el curso del que estoy hablando es mi actual curso, pero las personas avispadas hace rato que se han dado cuenta de ello)

Así que invito a que de hoy en adelante vean a todos los alumnos de quinto de mecánicos mudos y ciegos, ignorados en las decisiones que debían ser colectivas -que va a tomar quien debía ser receptor y no decisor-, y tomando cursos de contorsionismo para adaptarse a la agenda de su «representante».

Y de paso, afortunados ustedes, aprenderán el truco de elegir un delegado igual que un médico aprende a curar una hepatitis.

Sin sufrirlo.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.21


CONFORMISMO
por Raúl Minchinela

No faltan aquellos que, pasado cierto tiempo, descubren que la ingeniería no les gusta tanto como sospechaban, o que no les va en absoluto. O que no les agrada el ambiente. O que las circunstancias, sean éstas cuales sean, no son idóneas.

Cierto profesor de física, hace años, avisó de este proceso y aconsejó que, a pesar de descubrir la verdadera vocación, primero se debería terminar aquello en lo que se estaba implicado y después ya se abandonaría uno a sus genuinas inclinaciones.

La verdad es que, bien mirado, al vida está llena de cosas desagradables que acabamos asimilando. Respirar es desagradable. Hay gente que muere por dejar de respirar. Comer es desagradable: muchos hipotecan sus vidas -o tal vez lo hacemos todos- por tener algo que echarse a la boca. Tener frío es incómodo, y nos obliga a comprar ropa y a pagar el alquiler y a encender las estufas. Tener que pestañear es molesto. Estar pegado al suelo, no poder volar, es algo que me produce una inmensa desazón. Morirse es un asco.

A veces he sentido un impulso que me decía que esto de la ingeniería no era lo que andaba buscando, y aquí sigo, todavía no muy convencido de si esa vocecita lleva la razón o no.

Muchos de vosotros diréis que soy un conformista y que me estoy traicionando a mí mismo.

Es cierto.

Sigo comiendo, sigo respirando y nunca me veréis flotando a un metro del suelo.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.22


ESO ES EN LA OTRA VENTANILLA
por Raúl Minchinela

Cuidado con las competencias.

Y cuidado con las falsas direcciones.

Cuidado con los carteles que te mandan a la oficina de al lado, los que te indican que los papeles se sellan en el otro cuarto, con unas condiciones que no cumples pero que lo harán bajo lo que llaman condiciones excepcionales.

Cuidado con los avisos que juran y perjuran que has rellenado mal el formulario o que te falta una firma o que las letras mayúsculas deberían ser minúsculas o que no deberías haber utilizado un bolígrafo negro.

Y digo cuidado porque la única forma de saberlo es perderse en esa maraña de artículos y decretos y términos jurídicos que tienden a marear la perdiz y a despistar y desmoralizar a los que no han perdido años en estudiar derecho o a los que no tienen la suerte de contar con un familiar que sea abogado-juez- procurador o similar. Y perderse en esos mundos, que al final acaba siendo necesario para saber con qué números cuentas y de qué puedes echar mano y a qué estás obligado por el simple hecho de existir y respirar, es -léase opinión subjetiva de alguien que se entretiene viendo películas de Lynch y leyendo a Burroughs- árido, molesto y aburrido. (Sigo sin saber por qué el vocabulario legal es tan distinto del que aparece en los diccionarios de bolsillo, pero es tema de discusión lingüistica y no ingenieril, que es en lo que estamos; bueno, tal vez optimización de esfuerzos, pero estoy divagando).

Así que las ganas de no empantanarse obligan a preguntar a otras personas que consideramos enteradas sobre estos temas. Y cuando las personas enteradas sobre estos temas opinan de forma distinta entre ellas (entreviendo contradicción pero eso es opinión subjetiva de alguien que se entretiene viendo películas de Lynch y leyendo a Burroughs) uno tiende a sentirse desprotegido, es decir, a afrontar el mundo real.

Todo esto viene acerca del enfrentamiento de carteles (que no es tal enfrentamiento, sino que es una visión subjetiva firmada por alguien que se entretiene viendo películas de Lynch y leyendo a Burroughs) entre Delegación y Secretaría de Centro acerca de la recomendación que hicieron los primeros de que los estudiantes deberían consultar su expediente, no fuese que algún profesor, secretario o intermediario traspapelara alguna nota -que ya ha pasado- o hubiese algún error de cualquier tipo que lleve al mismo resultado: que una asignatura que aprobaste aparezca en el archivo como no aprobada.

Personalmente, considero esencial que cada estudiante consulte su expediente para comprobar su estado académico. Que Secretaría de Centro tenga o no la obligación de hacerlo/permitirlo no es el objetivo de este artículo y no voy sobre ese tema a hacer una valoración subjetiva (de uno que se entretiene, tarará tarará).

El tema de mi disertación es la dependencia excesiva de personas que pueden jurar que ciertas obligaciones no son tales o que los papeles se sellan en la otra ventanilla. Que suele ser por comodidad (tengo algunas experiencias personales, totalmente subjetivas, lalalalalá)

Y la moraleja es sencilla.

Cuidado con las competencias.

Y cuidado con las falsas direcciones.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.23


REDUCTIO AD ABSURDO
por Raúl Minchinela

Parece que esta carrera (colóquese en estos paréntesis cualquier carrera de ingeniería) está diseñada por ingenieros porque está sobredimensionada.

Y eso de sobredimensionar las cosas puede ser una idea estupenda para un puente o una rosca, pero no para un plan de estudios. Especialmente si lo que se sobredimensiona no es el armazón sino el relleno. Porque entonces el llamado factor de seguridad se convierte en fracaso escolar.

Veámoslo con el método de reducción al absurdo.

Con los planes nuevos da la impresión de que quieren meter el mismo cemento con la mitad de armazón, con la subsiguiente carga de apuntes por reprografía y de materia comprimida -que para asimilar, como si de un programa de ordenador se tratase, primero hay que descomprimir y luego asimilar, y ambos pasos son imprescindibles-. Y eso llena aún más las cabezas de nuestros sufridos alumnos y agita el alambre en el que intentan sobrevivir como si de funambulistas se tratara. Y, por supuesto, caen. Sin red.

Dicen que lo que no te mata te hace más fuerte -excepto, claro está, un cáncer de hígado-. También dicen que ir a la mili te convierte en un hombre, si bien es más cierto que más hombre te convierten en la cárcel y no recomiendo a nadie ni lo uno ni lo otro. Por último dicen que no hay mal que cien años dure.

Pero ninguno de esos es un planteamiento válido a la hora de construir una carrera. Pensar que «quienes sean» ya encontrarán la forma de salir a flote, confiando en una camada de supervivientes, sería cruel por lo primero y arriesgado por lo segundo.

Cuando se diseña un plan de estudios, además de las materias y los volúmenes (el hormigón) también se tiene que tener en cuenta a las personas que van a tener que soportar el peso (el armazón) y las condiciones en que van a tener que afrontarlo.

Porque si el armazón no puede soportar el hormigón tenemos un puente puramente teórico.

Y los ingenieros deberían ser más realistas que todo eso.

Sin embargo, parece que esta carrera (colóquese en estos paréntesis cualquier carrera de ingeniería) está diseñada por ingenieros porque está sobredimensionada.

Queda, por tanto, reducido al absurdo.

Y cuidado con las falsas direcciones.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.24


CANCIÓN DE DICIEMBRE
por Raúl Minchinela

Me gustan los exámenes de diciembre.

Me gustan los estudiantes que preparan la convocatoria extraordinaria a medio camino entre la biblioteca (lugar donde están sus apuntes) y la cafetería (lugar donde están ellos).

Me apena que las nuevas generaciones no se den cuenta de la importancia de los parciales (encuentro absolutamente esencial que el primer contacto con una asignatura no corra convocatoria) y no puedan disfrutar del placer de rellenar en los impresos de matrícula esa preciosa casilla que enuncia «pendiente de diciembre».

Pensar en un futuro sin diciembres me entristece. Esa última esperanza dos meses antes del nuevo año de exámenes (porque en los viejos planes el año de calendario coincidía con el de exámenes: se comenzaba en enero -finales- y se terminaba en diciembre, cava en mano) llena aún los corazones de los que dan un postrer intento a esa asignatura que lleva tanto tiempo resistiéndose. La ilusión. El orgullo. La infatigable batalla por conseguir exámenes resueltos. «No, yo tampoco sé resolver ese problema».

Sinceramente, las excusas para suprimir los diciembres siempre me han parecido poco sólidas a nivel de estudiante. Que si para prevenir los malos resultados de febrero (¿No debería ser cada uno el responsable de sus resultados de febrero? ¿Paternalismo innecesario?). Que si no hay aulas donde realizarlas -no, no voy a insistir sobre los exámenes de doce a cuatro ni sobre la conveción de Ginebra-. Que si es incómodo corregir aún más exámenes. Que si «os hacemos un favor».

Al suprimir los diciembres los parciales se convierten en tercera convocatoria (primera cronológicamente). Los prefiero tal y como eran/son: un primer enfrentamiento -sin consecuencias- con la asignatura.

Afrontar un futuro en el que cada prueba es una muesca de las seis que te permiten por asignatura me produce cierto temor. Pánico.

Por eso defiendo los diciembres y los parciales. Y por eso frecuento en diciembre las cafeterías más que las bibliotecas: porque los que necesitan ánimo son las personas y no sus apuntes.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.25


IDIOSINCRASIA DE LA CHAMPANADA
por Raúl Minchinela

Las tradiciones no se sostienen porque sí. La cultura popular tiene un listón muy alto a la hora de aceptar costumbres a largo plazo. Y por eso el decir que ciertas posturas colectivas carecen de fundamento es, cuanto menos, arriesgado.

Y como hay voces que se empeñan en repetir que la Champanada es una fiesta carente de sentido, les voy a ahorrar el trabajo de diseccionarla y voy a ser yo quien la someta al análisis que se merece.

Guardémonos en primer lugar de las posturas zen. Hay quienes defienden que las fiestas se producen por generación espontánea (igual que los alpinistas escalan una montaña por el simple hecho de que está ahí). Cierto es que la cultura mediterránea es pródiga en celebraciones de todo tipo, pero no podemos enfangarnos en una simplificación tan burda. Estamos de acuerdo en que es una celebración, pero… ¿qué se celebra?

Se celebra un final.

(Un murmullo recorre el salón de actos, subiendo en volumen progresivamente. «¿Un final?» «¿En diciembre?» «¿Pero no hay que volver en tres semanas?» Los comentarios se acallan mientras el conferenciante vuelve a su exposición).

Mirémoslo desde el punto de vista histórico (o no tan histórico, según el plan de estudios al que se pertenezca). Para un estudiante -porque la Champanada es una fiesta generada por los estudiantes, si es que alguien tenía alguna duda- los exámenes comenzaban en febrero (los primeros parciales), seguían en mayo (segundos parciales), junio (finales), septiembres (segunda convocatoria), y finalmente diciembres (convocatoria extraordinaria). El estudiante medio se ha visto forzado tradicionalmente a echar mano de la convocatoria de diciembre, primero porque aprobar todo en junio es, siendo generosos, complicado, y segundo porque el verano es una época difícil para estudiar.

La pregunta verdaderamente esencial es la siguiente: ¿cuándo se termina un curso de ingeniería? ¿El último día de clase? ¿El último examen final de junio? Los últimos días de clase la gente comienza a faltar en las aulas porque los exámenes son muy serios y las matrículas son muy caras. A los exámenes finales sólo acuden los que no han aprobado por parciales y los que no han decidido dejar la asignatura para septiembre, cuando no abandonarla. Y todos los que faltan están fuera de la ciudad o lo más lejos posible del C.P.S., de infatuo recuerdo al principio del verano. Además, para colmo de males, la gente que acaba de terminar su examen huye del centro a la velocidad del rayo, con el amarguísimo sabor del cuestionario de teoría. Y no olvidemos, para terminar las desgracias, que las fechas están colocadas de forma curso par- curso impar, con lo que nunca coincide todo el mundo.

Así pues, ¿cuándo termina el curso? O lo que es más importante todavía… ¿cuándo se despide la gente?

Desde luego, no en junio. Ni en septiembre, pues los chicos aprobados siguen de vacaciones y los examinados huyendo.

Pero hay que celebrar un final. Un año entero con agujetas en los codos ha de ser despachado con los compañeros de tortura. Y por eso el final elegido (tal vez por instinto, pero con una coherencia asombrosa) es la última clase de diciembre: el último el día de los últimos exámenes de la última convocatoria. El final del año. Hora de hacer un balance y de brindar por la supervivencia, que no es poco.

Y ahí entra la Champanada.

Esos días de diciembre están todos presentes: los que tienen exámenes porque los tienen, y el resto porque tienen clase. ¿Qué mejor día para hablar con todo el mundo, para reír con todos los compañeros, para relatar, cual veterano de la jungla, las desventuras frente a los folios y las calculadoras?

Concluyendo: la Champanada es una fiesta de una lógica aplastante. Para despedirse. Para celebrar. Para unir. Para disfrutar de la alegría al más puro estilo mediterráneo: vino (espumoso), fuego (cigarrillos) y música (villancicos picantes). Y que los chicos de los planes nuevos y las nuevas carreras, que no tienen diciembres, se den cuenta de que, o asimilan la Champanada y su significado, o no podrán jamás sentir esa sensación de hermanamiento que produce el haber sufrido un suspenso y seguir en pie.

La Champanada es la fusión con los ingenieros y San Pepe es la fusión con los universitarios.

Y el que las desprecie ni es ingeniero ni es universitario ni es nada.

(El público se pone en pie y comienza a descorchar las botellas. El cava burbujea en los vasos de plástico y afloran las sonrisas y los cánticos. El conferenciante, guardando la compostura, añade, a modo de epílogo, una última frase:)

Pero bueno… ¿viene o no viene esa botella?

EL OBSERVADOR NOVEL No.26

VALORACIÓN DE LA CHAMPANADA DE 1996
por Raúl Minchinela

Valorar lo sucedido en la Champanada, que era lo que tenía previsto hacer en esta columna desde noviembre pasado, me ha resultado al final imposible. Como diría Shakespeare, cosas del espíritu se interpusieron en las cosas terrenales, y la amargura agrió mi celebración. Tantos días planificando y procurando hacer el mejor trabajo posible para al final encontrarme… cómo decirlo… una fea situación. Tal vez los demás -léase las personas hacia las que fueron dirigidas las actividades que procuré construir o en las que colaboré- pasaron un buen rato gracias a aquel trabajo. Les envidio.

A pesar de ello, voy a procurar hacer un análisis de lo que nos encontramos ese fin de semana, con el objeto de sacar algunas conclusiones útiles de cara a futuros años (recordemos que la prueba y error es un método extendidísimo en el mundo ingenieril, así que por qué vamos a rechazarlo en este caso).

En la Champanada algo falló. Volvió a haber destrozos. Volvió a haber ataques. Por alguna extraña razón la gente metió bebidas alcohólicas en el centro, cuando ya hay un bar (si no se pueden o quieren costear consumiciones del bar, pues que no beban, que sólo los cretinos necesitan el alcohol para divertirse). En la prechampanada -léase el jueves- hubo más gente que en la Champanada, y los que vinieron a ésta debieron ser los buenos porque no hubo ningún suceso que lamentar el viernes.

Pero hablábamos de conclusiones. La primera es que el querer canalizar la Champanada ha desembocado en un traslado de la fiesta, y el arrinconar la celebración al frío cierzo del Actur ha llevado a los estudiantes a adelantarla con vistas a poder despedirse de los compañeros sin ver el vaho saliendo de la boca ajena. La segunda es que el problema de la fiesta no vino de la gente de las otras facultades sino de los propios ingenieros, con lo que el espectáculo del «control en la puerta» pierde parte de su sentido -eso sí, alguna cresta vi entre los visitantes; curioso-. La tercera es que la gente se comportó hasta entrada la media tarde, probablemente gracias a los mensajes de buena voluntad por parte de Cultura y Delegación (y de este mismo periódico); el momento en el que la gente decidió que podía beber fuera de la cafetería rompió todo el trabajo anterior (felicidades a todos de todas formas: tradicionalmente el suelo del hall estaba pegajoso a mediodía y este año hemos conseguido evitarlo).

Lo verdaderamente curioso es que, quitando los sucesos lamentables, tal y como me confesaron algunos de los históricos de este Centro – porque el C.P.S. tiene su propia mitología-, este año se había retomado el espíritu de la Champanada frente a la fiesta artificial de la navidad del 94. Hemos de congratularnos de haber recobrado nuestras raíces y debemos aprender a ser un poco más respetuosos con lo que nos rodea -y que no nos haga tanta gracia el romper las cosas, los carcajadas más estúpidas que conozco-. Estamos a un paso del paraíso.
EL OBSERVADOR NOVEL No.26

HOMENAJE A MIS COMPAÑEROS DE EL COAXIAL 
(con motivo de su primer año de existencia)
por Raúl Minchinela

En este último Observador Novel antes de los exámenes de Febrero no sé si divagar sobre cómo afrontar los exámenes, sobre el primer aniversario de EL COAXIAL o sobre las reuniones que se han venido celebrando al respecto de Comisión de Cultura y de la organización de San Pepe. Supongo que comprimiendo mucho las letras y afrontando con mayor valor este teclado podría hablar de todos ellos, pero me falta el coraje y además tengo que estudiar tanto como cualquier otro estudiante (más, si contamos el déficit acumulado).

La verdad es que debería hablar de EL COAXIAL, pero Enrique, su director, insiste -no sin razón- en que cada vez que escribo o hablo acerca del periódico lo hago con el triunfalismo propio de un padre orgulloso. Y qué quieren ustedes que les diga. En parte me siento padre -más bien comadre o partera- de la criatura. Estuve allí, aplacé mis almuerzos cuando enfermó y aguanté hasta la madrugada cuando algún tramo quedaba por terminar. Y no fui el único en hacerlo. En realidad fueron esas personas que emplearon su tiempo las que me enseñaron lo que es el sacrificio y lo que es también la seriedad no exenta de risas -que es, de veras, la panacea de muchísimos males-. Y también, cuando las cosas se pusieron feas y apoyaron en todo momento, lo que es la amistad.

Sé que no debería hablar de EL COAXIAL, igual que Pelé no debería hablar de fútbol o las folclóricas no deberían hablar de su público (¡qué nos van a decir!), pero nobleza obliga. Este periódico, que una vez definí como un altavoz de doce páginas que cualquiera puede utilizar, es un pequeño milagro semanal -¿verdad que quedaría bien en la cubierta: «EL COAXIAL, milagro semanal»?- que no deja de sorprenderme. Con cada nuevo miembro que se incorpore se enriquecerá y con cada nuevo articulista tendremos «otro al que le falta rodaje». Y al final obtendremos lo que prácticamente tenemos ahora: la asociación (muy probablemente) más activa -mayor número de reuniones, mayor productividad, mayor frecuencia en la productividad- de este Centro.

Exclúyanme y levanten sus copas en su honor.

Y, si son afortunados como yo, aprendan de ellos.
EL OBSERVADOR NOVEL No.28

LA CONDENA DE SHRAPNEL
por Raúl Minchinela

¿Cuál es la condena del diccionario?

Hace algún tiempo una buena amiga, en una breve mención sobre lecturas, me recordó el Territorio Comanche de Pérez-Reverte, un libro -un fantástico libro- que trata sobre corresponsales de guerra y que hacía un par de menciones sobre ingenieros. La crítica más dura la ejercía sobre los ingenieros de armas, los que pasan el tiempo diseñando artefactos para causar el mayor daño posible y que después -creo recordar, me da pereza desempolvar el tomo- iban felices a sus casas, besaban a sus esposas y hacían carantoñas a sus hijos mientras sus engendros dejaban a la gente lisiada (porque en el concepto actual de guerra es mucho más rentable herir al enemigo que matarlo, ya que los heridos ocupan, gastan y minan la moral; pero hablábamos de la ingeniería).

Algunos días después, rebuscando en una biblioteca pública, en ese juego inmenso de tirar lomos desconocidos y leer páginas al azar, encontré a un viejo inventor de armas. Se llamaba Henry Shrapnel y tenía una mención muy extensa en esa página, por lo que probablemente su creación había sido muy utilizada y, si me permiten hablar con aterradora seriedad, muy rentable. El nombre me llamó inmediatamente la atención por razones que después serán evidentes. Visto el grosor del volumen, tomé una silla y comencé a leer.

«Henry Shrapnel mejora las granadas», decía el texto, no sin cierta enfermiza satisfacción en el uso del verbo mejorar, «añadiendo a la estructura tradicional de carcasa de plomo fundido rellena de bolas de plomo y explosivos un temporizador que permite que las granadas exploten en el aire, dando lugar a que la lluvia de metralla producida caiga desde arriba. Estos nuevos proyectiles se emplean por primera vez en la batalla de Vimeiro, donde queda patente su efecto devastador».

Y entre lineas, aunque leer entre lineas parezca impensable en un libro divulgativo, podía ver al señor Shrapnel en su casa, no sé si con esposa -seguramente sí-, no se si con hijos -seguramente también, pues los amantes de lo bélico también han sido amantes de la familia, otra guerra al fin y al cabo-, tumbado una tarde de sábado, refugiado del sol por la más fresca de las sombras y con la satisfacción del trabajo bien hecho. Tan satisfecho de su obra que incluso le dio su nombre, y desde entonces shrapnel es una palabra que sugiere sangre y carne atravesada y vidas destrozadas.

Shrapnel, en inglés, significa metralla.

Por eso me fije en el nombre.

Así que cuídense, futuros ingenieros, de crear artilugios destinados al homicidio y a la destrucción, no ya por razones morales -las auténticas razones para las personas cuerdas (porque el señor Shrapnel, como cualquier otro diseñador, fabricante, comerciante o usuario convencido de armas sólo merece desprecio y rechazo)-, sino por el riesgo de que la población entera utilice sus apellidos como sinónimos de asesinato.

La metralla lo asesinó. Shrapnel killed him.

Esa es la condena del diccionario.

Puedo pensar en peores torturas, pero no en una peor sentencia.

EL OBSERVADOR NOVEL No.29
LA CONSPIRACIÓN CIENTÍFICA
por Raúl Minchinela

La gran ventaja de mantener varias lecturas a la vez (léase varios libros empezados) es que haces paralelismos de los que te das cuenta de forma accidental y que, de otro modo o de estar simultaneando otros libros, no verías.

Estaba hace algun tiempo con el «Extravagancias y Disparates» de Gardner, un libro dedicado enteramente a fraudes científicos y teorías disparatadas. En uno de los capítulos hablaba de los partidarios de la teoría de la tierra hueca: según ésta, vivimos en el interior de una esfera (la Tierra) en cuyo centro están todas las estrellas y las galaxias que conforman el universo.

Supongo que a muchos -como a mí mismo- esa teoría les parecerá inaceptable.

Pero miren ustedes por dónde, un tal Abdelkader nos recuerda las leyes de inversión respecto de una esfera y nos demuestra, paso por paso, ley por ley, cuerpo por cuerpo, que ese universo dentro de una esfera no sólo es posible sino que además es exáctamente idéntico al que tenemos ante nuestros ojos -por supuesto, la formulación es mucho más complicada, pero las leyes siguen funcionando-.

(No es menos cierto que esta ley es aplicable sobre cualquier esfera, y de este modo, el universo podría estar en el interior de cualquier esfera; el poner a la tierra como centro del universo es un error que cometemos demasiado a menudo).

El punto al que quería llegar es que si todavía se mantiene el modelo de universo exterior a las esferas no por es otra razón que la célebre navaja de Occam (o ley de máxima simplicidad: repasen la filosofía de C.O.U.); o lo que es lo mismo, podriamos estar perfectamente encerrados en una esfera del tamaño de la tierra (¡o del de una canica!).

El otro día descubrí en internet una entrevista a William Bourroughs (escritor beatnik brillantísimo y drogófilo) realizada por Allen Ginsberg (poeta que, junto a Kerouac y Bourroughs, forman la tripleta beatnik por excelencia) que databa de 1961. En ella había una frase sencillamente genial: «soy definitivamente anticientífico porque siento que la ciencia representa una conspiración para imponernos el universo único y real, el universo de los propios científicos,… son adictos a la realidad, tienen que tener las cosas tan reales como para poder tocarlas».

No sé ustedes, pero me siento un poco dubitativo y un poco esclavo, en la medida en que, hasta que no me dijeron lo de las ecuaciones, no tomé el discurso en consideración. He terminado, pues, sometido al yugo de las demostraciones.

Sigo sin creer que el universo esté contenido en una esfera, pero… ¿en cuantas más cosas no he pensado por no saber demostrarlas?

Y es que -que se lo digan a los transformistas- ya nada es lo que parece.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.30


LA BATALLA CULTURA/ETILISMO (Testimonio)
por Raúl Minchinela

(Es privilegio de los columnistas -estirpe en la que me incluiré mientras me permitan arengar desde esta esquina- hablar de lo que les place como les place. Así pues, aparcaré momentáneamente los temas ingenieriles y aterrizaré en un proceso enfermizamente general y que se sigue extendiendo, tratando de este modo -por primera vez en esta columna- la antropología).

A pesar de que la televisión y la música comercial son la base de la cultura popular, no deja de sorprenderme cómo el individuo medio afronta todas sus actividades desde el punto de vista de la rentabilidad económica. Nada se hace por amor al arte y, lo que es peor, está sometido a la peor de las censuras: la del borreguismo intelectual. Enarbolan como gran razonamiento el beneplácito de la gente. «A la gente no le va a gustar», «la gente no lo va a entender», «no lo haces para la gente».

Por supuesto, me encantan los individuos capaces de predecir qué le va a gustar a la gente; tendrían -de ser cierta su «videncia»- un futuro infinito en el mundo empresarial, donde el producto que le gusta a la gente asegura la continuidad de la empresa. Curiosamente, todas sus predicciones son en negativo (eso no va a gustar), y meten en el saco cualquier iniciativa que no tenga diez años de antigüedad por el simple hecho de ser distinta. De haber sido todo el mundo como ellos, ahora toda la música sería Mozart y todo el teatro Shakespeare (que no están nada mal, pero todo aquello donde no puedes elegir es siempre un plomo, sea Lina Morgan o Nine Inch Nails). En consecuencia, afrontamos la arquetípica lucha entre la creación y el sector recalcitrante.

La idea es que, y voy a hablar desde un punto de vista estríctamente ético, la explotación sólo es comprensible cuando uno tiene que dar de comer a una familia. Cuando no es así, cuando las cosas se hacen por el placer de hacerlas, se debe ir más allá de las expectativas de los encefaloplanos. El darle a la gente lo que quiere como lo quiere es razonable cuando uno tiene que ganarse el pan, pero en el resto de los casos, precísamente por no tener la lacra de la nutrición, se ha de ir más allá. Todo para el pueblo pero sin el pueblo, especialmente los paletos y los borrachos, cuya mayoría, curiosamente, pertenece a ambos grupos.

¿Pero significa eso que se deba dar la espalda a la gente? Nada más lejos de la realidad. Al realizar cualquier actividad se necesitan dos referencias claves: el objetivo y el ambiente/las circunstancias. Y ahí es donde se ha de aplicar la táctica del borrico, porque a los burros, señores míos, se les da la penicilina en un azucarillo. Así pues, es factible ofrecer, debajo de una forma que la gente no rechace demasiado (o en absoluto), un mensaje útil subyaciente (o cualquier mensaje, vaya).

Y por eso cuando me dicen cómo va a responder la gente ante algo que jamás se ha hecho, recuerdo los inicios de este periódico y las predicciones de videntes similares, y sonrío. Porque con la gente sólo existe el ensayo y error, y lo que es peor, la gente descubre que algo le gusta la quinta vez que lo ve. Pero alguna vez tiene que ser la primera. Y alguien tiene que hacerla.

Sí sabemos cómo se comportarán los energúmenos. Pero no podemos amedrentarnos por ellos. Nos importan las personas. Los animales nos han de importar menos. Si educamos alguno, fantástico.

Yo estoy dispuesto a aguantar los arañazos.

(Este artículo habla de cultura y censura, de expresión y amaneramiento, de miedo y de símbolos del dólar).



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.31


PATRONES APROPIADOS
por Raúl Minchinela

San Pepe no es la fiesta patronal de los ingenieros. No en la medida en que los estudiantes de Telecomunicaciones tienen su propio patrón. En otras palabras, San Pepe es la fiesta patronal no de un ente «una carrera» sino de un lugar, cuyo extraño topónimo es Centro Politécnico Superior. Es el patrón de un edificio, no de un Plan.

El año pasado -y de ahí la disertación mostrada hasta este punto- procedí a hacer en esta misma columna y por estas mismas fechas un estudio sicoanalítico -desde un punto de vista puramente freudiano, porque a Jung lo tengo un poquito más cojo- de la historia de San José tal y como venía narrada en el Nuevo Testamento. Aquello levantó unas ampollas considerables: hubo cartas al Director y no faltó quien, en la encuesta de aceptación del año pasado, rellenó el espacio destinado a sugerencias con un revelador «eliminad a Minchinela» (hay quien lo ha intentado después y de manera mucho más oficial, así que no se sorprendan demasiado). Y es que no falta quien es más papista que el papa ni quien confunde convicción con histerismo.

La cuestión es que en aquel texto se dudaba de lo apropiado de que San José fuese patrón de los ingenieros; poco después, un par de amigos telecos me puntualizaron que debía ser patrón de los industriales, por que el patrón de los estudiantes de telecomunicaciones era San Gabriel, arcángel donde los haya, bien porque llevó la buena nueva, bien porque inventó el teléfono móvil, una de las dos cosas seguro.

Yo, si he de ser sincero, cuando me hablan de llevar la buena nueva, no pienso en Gabriel sino en cierto soldado griego que corrió desde Maratón hasta Atenas para gritar una marca de zapatillas y morir inmediatamente por agotamiento. A este es a quien yo elegiría como santo patrón de los telecos: primero porque cumple las propiedades básicas: llevar noticia, ser el más rápido, ser absolutamente incomprensible (a menos, claro está, que hables griego o seas teleco); segundo, porque la historia le está tratando muy mal: cada vez que veo a los atletas corriendo la maratón los imagino sobrepasando al pobre soldado heleno, haciéndole gestos obscenos con los dedos, riéndose de él porque no sólo no lleva unas deportivas con colchón de aire sino porque además de calzar unas sandalias lleva el peso de la espada y el escudo (elementos aerodinámicamente lamentables), y finalmente, cuando fallece por agotamiento todos diciéndole que hombre, que no es para tanto, que si no le daban medalla era por tiempos y por nada más, que tampoco era para ponerse así. O sea, un desastre. Un mártir, vaya.

Así que, señores telecos, cambien de patrón, que eso de ser arcángel es muy pichi pero ya me gustaría verles a ustedes por ahí corriendo vestidos de griegos.

(Ah, por aquello de razonar el nombre de esta columna, resulta que nadie sabe -ni siquiera en rectorado- por qué este año San Pepe se celebra el 13 de marzo ni quién fue la mente privilegiada que lo decidió. O sea.)



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.32


LA IMAGEN DEL PÁNICO
por Raúl Minchinela

Hay días que pasan como si nada y días que se dilatan hasta que cada hora parece una semana. Ahora, en el campus, mientras los hombres de limpieza apilan en dunas los vasos usados, recuerdo San Pepe como centenares de momentos muy intensos -he aprendido mucho-, no porque apenas hayan pasado diez horas desde el final de la fiesta, sino porque este 13 de marzo ha sido uno de esos días inacabables.

De acuerdo, sonreí. Los amigos intentaban amortiguar mi cansancio de dos semanas. Tuve conversaciones divertidas y conversaciones monótonas, discusiones y alivios, gritos «dónde estás» y susurros «oh Dios mío». Ahora recuerdo con una sonrisa incluso las ilógicas niñerías de la organización de la E.U.I.T.I. Y de todo aquello, de todas esas imágenes de las que tanto aprendí en ese momento, sólo una de ellas se repite continuamente, asaltándome y reduciéndome por la fuerza.

La del pánico.

Luego me dijeron que no era probable que el depósito estallara, bien por el tipo de combustible, bien por no se qué válvula, pero da igual. En el momento, no lo sabía. Sólo estaba apretando la manivela del extintor -que había cogido en pleno ataque de histeria, a gito y empujón, destrenzando un incomprensible alambre que sustituía el seguro y que ralentizó todo, torciéndome el tobillo después cuando corrí con él- apuntando hacia una furgoneta en llamas que en mi cabeza (igual para muchos la idea es ridícula, pero se repetía en mi cráneo a cada latido) podía explotar en cualquier momento.

Y en segundos -¡segundos!- más extintores aparecieron y nos perdimos en una nube primero blanca y luego gris y nos quemamos al bajar la falla -que algún cretino había encendido encima de la furgoneta, muy presumiblemente para reventar San Pepe- y cuando la hubimos bajado nos abrazamos entre lágrimas de humo dándonos ánimos a pesar de las rodillas temblorosas.

…sa es la imagen del pánico.

Después escuché el resto de las historias. Cómo entraron por las ventanas a edificios cerrados para conseguir extintores. Cada conserje que no quiso abrir la puerta mientras avisábamos del incendio. Cada carrera por los pasillos en busca de espuma antiinflamable. La desesperación mientras cientos de personas pensaban que eso era la falla, que estábamos quemándola voluntariamente, que los bomberos vienen a controlarla otros años pero no este. Cuatro mil personas y nadie movió un dedo, unos por no verla y otros porque pensaban que era parte del espectáculo.

Luego reflexionas con calma y (claro, ahora, teniendo minutos y libre de la histeria de la emergencia) te das cuenta de que había mejores formas de actuar, más inteligentes, más hábiles y brillantes y llenas de astucia, pero ésas no salen cuando tienes carbonilla en la cara y quemaduras en las manos.

De todas las cosas que aprendí en San Pepe, de todas las que viví, mi cerebro me asalta con esa, instante tras instante.

La furgoneta ardiendo en una enorme bola de fuego, el calor en la piel de la cara, las manos sujetando los latigazos de la espuma, con el hollín quemando los ojos y el humo ahogando los pulmones.

Y el pensamiento latiendo en la cabeza.

Puede estallar en cualquier momento.

Puede estallar en cualquier momento.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.33


LIBRE EJERCICIO DE PATERNALISMO
por Raúl Minchinela

Comiendo recientemente con el actual director y probable presidente de este periódico, se recordó con una nostalgia breve pero intensa la columna que precedió a ésta, El Penúltimo Mohicano, en la que el autor daba astutos consejos acerca de cómo sobrellevar la dificil existencia del estudiante de ingeniería. Se me dejó intuir -muy sucintamente, porque Enrique además de inteligente es muy diplomático y sabe cómo me pongo cuando me censuran o me imponen- que podría hacer un pequeño homenaje y retomar, cuanto menos una vez, ese espíritu de gurú del novato, de consejero del inexperto,… de Proyecto Tutor.

Hay un pequeño inconveniente, y es que aquel gozaba de dos ventajas de las que no disfruto: primero, los años de vuelo -Making es ya un ingeniero de corbata y apretón de manos estudiado-; segundo, el seudónimo, porque la gente (sobre todo los de tu promoción) no te perdona que des consejos con tu nombre (¿vas a saber tú más que yo? ¿De qué vas, Cariño?).

Con todo, sí, voy a dar un consejo pequeñito, para bien de niños y grandes, y es el siguiente:

La envidia es mala compañera.

Odio a aquellos que se empeñan en repetir que ellos trabajaron más que aquellos para conseguir la misma calificación, o para hacer tal trabajo. Supongo que el cúlmen de todo eso es el célebre proceso de «yo me he pegado tres meses más que tú haciendo el proyecto y he sacado la misma nota».

Porque el objetivo de esta carrera es (en un principio) el de aprender, el de ser capaz de hacer lo que haga falta como sea necesario, y, sobre todo, quitarse de la cabeza que más trabajo invertido significa mayor calidad: puedo pasarme días pintando un cuadro que Egon Schiele o Vassily Kandinsky superarían trazando tres (maravillosas) líneas; o en un caso más científico, cualquier ser humano habría tardado más tiempo que Einstein en enunciar la teoría de la relatividad. Más listo, menos tiempo. Sencillo excepto para los lloricas.

Las calificaciones tienen cada vez menos importancia -pregunten en el mundo empresarial, que es el que más sabe porque no tiene más remedio- excepto para aquellas personas interesadas en mostrarla a sus papás o a sus poco estudiosos hijos -mira las notas que sacaba yo a tu edad-.

Cada persona toma apuntes para sí misma, hace esquemas para sí misma; si alguien puede aprovecharse de ellos, bien por él, porque cada persona tiene su examen y en cada uno se valoran los conocimientos de cada cual, no los de al lado. Si se han tomado sus buenos apuntes y hecho sus buenos esquemas, se aprueba independentemente del vecino. Y no hay ninguna necesidad de torpedear a nadie: es más, debería existir un cierto espíritu de cooperación, porque nunca se sabe de qué ni de quién tiene uno que echar mano en situaciones de urgencia.

La crisis ajena no me produce ninguna satisfacción. No necesito pinchar ruedas para circular en mi vehículo. La naturaleza ya tiene suficientes carroñeros como para incrementar las filas de los quebrantahuesos.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.34


COMENTARIOS A MI AUTOENTREVISTA
por Raúl Minchinela
(Para comprender este texto es necesario leer mi autoentrevista aparecida en EL COAXIAL)

Reconozco que he picado. Ellos insistían en que me consideraban una persona relevante en la vida estudiantil del C.P.S. y yo defendiéndome diciendo que si quería decir algo para eso tenía esta columna. Ellos ofreciéndome a Carlos o a Nati para entrevistarme y yo diciendo que si venía cualquiera de ellos les iba a reventar el intento (porque lo malo de las entrevistas es que te tienen que contestar).

Y al final me ofrecieron a mí mismo.

La verdad es que al principio rompí en carcajadas, pero cuanto más pensé lo de la autoentrevista, más me gustó. Es sencillísimo empantanarse en una autoentrevista, sobre todo cuanto más serio te pones. Era un reto: ¿cómo cuestionarse a uno mismo y no quedar como un completo imbécil?

Fácil receta. Unas gotas de humor, dos cucharadas de sinceridad y gran cantidad de Nati Porta, que se molestó en perder una comida y hacer una encuesta para reunir preguntas (podía haber elegido a Carlos, pero Nati es igualmente brillante y sonríe mejor; gracias, Noël).

Así pues, no ha sido estrictamente una autoentrevista: otros han puesto las cuestiones. Pero da igual. Mucha gente que respeto se ha autoentrevistado (Grant Morrison, Pedro Almodóvar, Woody Allen,…) y seguro que también pidieron ayuda para descentralizar el cuestionario. Espero que la que nos ocupa haya sido la mitad de interesante que éstas.

Y de paso hago un par de homenajes -Julio Cortázar, el propio Morrison,…- para que quien los detecte los disfrute.

Ellos tienen lo que querían y yo también; ¿por qué pues esta extraña sensación de perdedor de póker?

Eres mi vida y mi muerteee…



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.35


SOLUCIONES AL FORMALISMO CIENTÍFICO (ejemplo práctico)
por Raúl Minchinela

A pesar de que esta columna suele llevar implícita una moraleja, en esta ocasión voy a relatar lo acontecido en la última de las conferencias de JETAI Italia no porque de ello haya obtenido conclusión alguna sino porque fue uno de esos instantes de humor que el arriba firmante agradece en el siempre estirado mundo científico.

En realidad, de las malogradas JETAI italianas, sólo acudí al primer contacto con la escuela de ingeniería de Pavia -equivalente al C.P.S. por lo lejano respecto de la ciudad y por la cantidad de campo que la rodeaba; igualmente moderna pero muchísimo más descuidada por dentro hasta ofrecer un aspecto desolador en algunas plantas- y a la última conferencia, que hizo las veces de ceremonia de clausura porque el autobús se nos marchaba y los españoles y el organizador habían sido los únicos en dignarse a asistir a las charlas, desorganizadas hasta lo pésimo para vergüenza propia y ajena (inciso: los italianos habían redactado un artículo muy agresivo contra las casi impecables JETAI españolas, texto que se han tenido que comer con patatas porque el movimiento se demuestra andando y la seriedad organizando). Fueron tres agónicos días de proyecciones gigantes en las que no se leían las transparencias y en las que aparecía el conferenciante que estaba en el aula de al lado -la sala de inglés- (con lo que se podía haber hecho por videoconferencia y ahorrarse el viaje). Así que, al final, harto de sufrir semejante desbarajuste, cierto miembro de DIR-Europa España, al que llamaré Javier porque no se me ocurre mejor nombre y además porque es el suyo, decidió acudir al cuarto de traducción simultánea y convertir la conferencia, tras camelarse a las traductoras, en el único punto salvable de las jornadas a base de humor.

Así, mientras en la pantalla grande el conferenciante seguía señalando las transparencias acerca de (???), la megafonía de la sala de español anunciaba que interrumpía momentáneamente la conferencia para dar la alternativa a una nueva promesa de la canción española llamada Tomás Martínez (en realidad, Tomás Turbación, pero le dio un ataque de vergüenza delante de las traductoras) que nos deleitó con diversas muestras de arte castizo e improvisación que rompieron no sólo la gelidez de la conferencia sino también de la situación, porque yo no estaba para fiestas ni estaba el horno para bollos y me sorprendí soltando carcajadas como un descosido.

Y como sólo estábamos dos en la sala, me he sentido en la obligación de relatarlo, como vivo ejemplo de que, como cantaban los Police, cuando el mundo se derrumba uno saca el máximo provecho de lo que queda.

Mira por dónde, resulta que sí que han salido conclusiones: una, que siempre se puede sacar el barco a flote; y dos, que la gente tiende a descubrirse a sí misma en los sitios más inoportunos -forzándome de paso a asistir a charlas que, fíjate tú, resultan ser de lo más sobresaliente-.

Definitivamente, los congresos son estupendos, porque puedes divertirte y discutir la importancia de los cables luminosos en el microcosmos de las memorias de burbuja y la aplicación del láser y esa es mi pregunta y por qué y muchas gracias.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.36


PARTICIPACIÓN E IMAGEN PÚBLICA
por Raúl Minchinela

Supongo que hay temas que nunca se repiten suficiente y mensajes que no terminan de llegar. Y enamorado como estoy de la comunicación, y en especial de su aspecto más radical, la publicidad, no me deja de asombrar. Así pues, retomaré el asunto de la participación estudiantil no por falta de temas sino porque dos ejemplos esclarecedores se han cruzado en mi camino en escasas cuarenta y ocho horas.

Sobre la cuestión hay dos posturas extremas: la primera, que la mayoría pertenece al sector inmovilista, que no participa por más que uno se esfuerce en facilitar y endulzar las condiciones; la segunda, que todo el mundo tiene algo que aportar y sólo hay que darle los vehículos para hacerlo, y convencerles de que son válidos. La primera se apoya en los resultados: las personas que proponen y realizan actividades tienden a ser un grupo reducido y localizado; el segundo, en la experiencia propia, en la medida en que cada una de las personas del citado grupo eran individuos que querían explotar su potencial y han terminado canalizándolo.

Pienso sinceramente que el mayor impedimento es el miedo a utilizar el tiempo en algo que no vale para nota; o dicho de otra manera, el pánico a no saber compatibilizar estudios y la actividad que sea. En realidad, y este es mi testimonio, parece mucho más difícil de lo que realmente es: basta dejarse llevar y hacer en el momento lo que pide el momento. Durante años estuve con ganas de hacer cosas y estaba cohibido por el miedo a no poder estudiar suficiente. «Tal vez sea apropiado esperar un par de cursos para empezar» es un pensamiento probablemente equivocado: yo esperé, pero me he acabado arrepintiendo de no haber comenzado antes a hacer lo que me divierte como me divierte y cuando me apetece por el puro placer de hacerlo y con la esperanza de que alguien se apunte al carro.

Los dos ejemplos citados -retomémoslos- corresponden uno a la creencia de que cierto colectivo -EL COAXIAL- era un grupo cerrado en el que difícilmente se podía entrar (nada más lejos de la realidad), y el segundo que un grupo diseñado como catalizador -Contracultura- era, dentro de sí, impermeable a ideas nuevas.

Contracultura fue pensado como muestra (y motor) de que toda iniciativa era factible dentro de un colectivo al parecer tan estirado como el de este Centro, y su motivación básica era el apoyo de cualquier propuesta, fuera o no identificable con la actitud de sus miembros: el ejemplo base fue la muestra antiabortista; los miembros habituales de Contracultura no comparten esa postura, pero se les indicó la dirección para poder realizar la exposición. De los montajes de San Pepe, otro ejemplo, sólo la mitad fueron desarrollados por miembros de Contracultura; la otra mitad fueron escritos, diseñados y representados por miembros del grupo de Teatro del C.P.S. (en especial Ramón Aragüés) y fueron totalmente diferentes tanto en forma como en contenido; se les ayudó compartiendo músicos y discutiendo aproximaciones, pero fue creado con total libertad -esas son sus palabras-.

Y, mirando con perspectiva, el hecho de que desde su creación unas treinta personas hayan participado activamente en iniciativas propuestas por Contracultura -prefiero ahorrarme el listado, pero existe- me produce cierta satisfacción, y las propuestas ajenas promovidas, tal vez escasas pero siempre interesantes, han sido suficiente para razonar tanto su creación como su permanencia.

¿Significa eso que el objetivo está cumplido? Falta ganarse la imagen. Falta la conciencia de que la Comisión de Cultura está forzada a promover todo tipo de actividades. Falta el convencimiento general de que cualquiera que sea la idea, por peregrina que sea, puede llevarse a cabo con poner un mínimo de ilusión en juego. Y sobre todo falta superar la timidez -lo que para mí fue frustración- para hacer lo que a uno verdaderamente le gusta, porque la gente a la que lo que verdaderamente le gusta es estudiar la considero particularmente peligrosa, sólo superada por los que quieren ser políticos de mayores, que esos sí que son para huir corriendo.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.37


TEXTO SOBRE LA NUEVA DELEGACIÓN
por Raúl Minchinela

Sospecho que se me va a escapar el año sin hablar de la entrante Delegación de Alumnos, primero porque quedan pocos argumentos que no hayan apuntado ya los analistas políticos de este periódico -David y Enrique son estupendos en su trabajo- y segundo porque conozco a buena parte de los recién llegados, e incluso me he tomado con algunos de ellos cervezas a horas intempestivas.

Y tal vez en el futuro aparezcan en esta columna comentarios -malos o buenos- sobre su trabajo como representantes, y no por ello va a variar mi impresión de ellos como personas, que es en general excelente. Así pues, que nadie vea recriminaciones personales donde no las hay, ni favoritismos donde aparezca el jabón.

Si desempolvan sus viejos ejemplares de EL COAXIAL, descubrirán cartas de viejos miembros de Delegación que explicaban el concepto original de Delegado: una persona con notas suficientemente buenas como para permitirse el lujo de a) utilizar horas de no estudio para desarrollar una función social imprescindible y b) enfrentarse a los profesores sin temor a represalias (afortunadamente, el mito de las venganzas está menguando: los profesores bastantes problemas tienen como para coger tirria por nadie y, además, la legislación protege bastante sobre injusticias académicas). En este aspecto, los problemas académicos de Robert William son notables, y podrían truncar su trabajo como Delegado de Centro.

Nunca he visto a R.W. en una situación real de decisión, y por tanto no puedo juzgar sobre su capacidad para ello. Pero sí que muchos de los miembros de su equipo son personas tremendamente lúcidas y responsables, llenas de talento y de capacidad de trabajo, a las que, si no optan por dejar Delegación -bien por estudios, bien por malestar- preveo un futuro alentador como representantes de los alumnos.

Supongo que a nivel de imagen es mejor dar la impresión de estar a nivel de calle -nada de gestos de superioridad, de miradas hacia el techo, de sonrisas por defecto, de americanas perpetuas y sempiternos maletines- pero eso a la hora de la verdad, en el momento de tomar las decisiones, no tiene ninguna importancia.

Así pues, hablando estrictamente de política, veo en Robert más defectos que virtudes mientras en su equipo veo más virtudes que defectos. Supongo que la mezcla de ambos – unida a una lógica evolución desde el desconocimiento hasta la experiencia que limará las inevitables imperfecciones- será suficiente para solventar la papeleta con dignidad, y con un poco de suerte, de manera extraordinaria.

Tal vez parezca mucho juicio para personas que aún no han demostrado nada. Y es verdad. Pero se tarda bastante menos de lo que parece en desentrañar los entresijos de esta escuela y, además, tenéis que ver con qué ganas están afrontando sus actuales y futuras funciones.

Por otra p‡rte, me vienen otros nombres, y pienso en otras delegaciones, y esta me produce mejores vibraciones.

Como decía Phillip K. Dick, autor de ciencia ficción: «si no les gusta este mundo, deberían ver algunos de los otros».

Gracias por estar ahí y suerte, tíos. Nos vendrá bien a todos.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.38


CUADERNO DE BITÁCORA
por Raúl Minchinela

Última anotación.

Termina un año de existencia con un número extraordinario, y las perspectivas de futuro de este periódico son innegables: nuevos miembros muy jóvenes, ilusión por cada número, conciencia del valor de la función desarrollada. Pero hay quien me ha avisado de individuos que no aprecian ni su existencia ni el papel que desempeña. Para aquellos a los que EL COAXIAL les sea indiferente, que opinen que su importancia es nula y que no es digno de ser apoyado, va dirigido este artículo -que, evidentemente, no leerán jamás-.

Les relataré un suceso, vergonzante hasta la náusea, que le aconteció a un gran amigo mío hace un par de años y que enlaza tanto con el reciente concurso de camisetas de la Comisión de Fin de Carrera como con el argumento que quiero defender.

Conocerán ustedes a Alberto Gómez como el autor de las tiras de las páginas de Opinión de EL COAXIAL. Pues bien, para el concurso de camisetas de aquel año Alberto se reunió conmigo en la cafetería del hotel Boston para crear un par de diseños. Eran simples y divertidos, sin pretensiones; fueron a concurso y no ganaron.

Por otro lado, Alberto diseñó para ese mismo concurso una camiseta basada únicamente en texto; me enseñó una primera muestra, le hice un par de apreciaciones y las aplicó para realizar la versión definitiva. Tampoco ganó el concurso. El ganador fue un dibujo que mostraba un ingeniero junto a un coche despiezado sentado en un pilón de libros y mostrando una jarra de cerveza. Un dibujo bonito y colorista que se llevó el gato al agua. Felicidades.

Hasta aquí, todo perfecto.

Pero, miren ustedes por dónde, resulta que, días más tarde, comprando mis apuntes en reprografía, coincidí con un individuo que fotocopiaba el original de Alberto y sacaba una transparencia mientras se jactaba de lo bonito que era el diseño. Curioso.

Además, tal vez por despiste, jamás vi el dibujo ganador impreso en una camiseta -y sigo esperando-; pero ese año sí apareció un modelo, que se vendió como churros.

¿Cuál creen ustedes que era?

El de Alberto.

Dur dur d’être Ingenieur.

Alberto se acercó para averiguar qué pasaba: cierto individuo, (que viejos integrantes de Deportes me han identificado, pero qué mas da el nombre o las iniciales) aseguraba que él era el autor. Alberto jamás vio un duro, pero, eso sí, tuvieron la decencia de regalarle una camiseta después de unas cuantas discusiones, lo cual fue poco menos que aceptar el robo y reírse en su cara.

(Sí, he dicho robo. Que otros saquen beneficio -y grande- mediante la explotación del trabajo de uno sin su consentimiento es un robo. Piensen en un carterista).

Por eso cuando vi la carta de Felipe Algás dirigida a la Comisión de Cultura (no confundir con Delegación de Alumnos) publicada en EL COAXIAL acerca de su ilustración -que aparece en este mismo número en las páginas de Cultura-, sonreí de satisfacción frente al palo recibido por la parte que me tocaba.

Esa es la función de EL COAXIAL. La denuncia, la discusión, el debate, hacer público lo público, dar a conocer lo reseñable, celebrar lo digno de celebración, y, si queda espacio, arrancar una sonrisa y aumentar las miras de cuantos lo leen.

Ahora la existencia del periódico está en nuestras manos (y en las de los suscriptores, que son imprescindibles porque las publicidades pagan a meses vista y se necesita dinero para arrancar, pero eso son problemas editoriales).

Si esta nave ha sobrevivido a grumetes sospechosos y amenazas judiciales de individuos de imagínense qué catadura -hablaría de ello, pero las náuseas me sientan mal al estómago-, podrá sobrevivir a una pausa estival.

Mientras tanto, amarrémonos a puerto.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.39


CUENTO DE SEPTIEMBRE
por Raúl Minchinela

Pedro -miembro fundador de EL COAXIAL, tampoco hace tanto tiempo, vaya- me sorprendió en el autobús con una de sus amplias sonrisas y con su recién encontrado empleo: profesor de instituto.

– Nadie me ofrecía lo que me interesaba. Ahora sólo buscan técnicos comerciales. Gente que venda y que conozca lo que vende.

Antes, lo de ser profesor de Bachillerato vestía mucho; ahora han matado el Bachillerato y con sus restos han confeccionado una Enseñanza Secundaria Obligatoria siguiendo la tradición de la estirpe Frankenstein. Y la ESO no sólo daba problemas académicos; vean la situación: Pedro iba a trabajar en Madrid ciudad o en Madrid provincia, dependiendo de las vacantes que iban a aparecer -atención- el mismo día de comienzo de las clases. O dicho de otra forma, Pedro contaba con dos horas escasas para enterarse de su destino y llegar allí, y después buscarse la vida contrarreloj para encontrar alojamiento. Olé por el Ministerio de (mala) Educación.

– ¿Y qué vas a impartir?- interrogué rellenando uno de esos silencios incómodos- ¿Mates? ¿Física?

– Tecnología -aquí debí mostrar un gesto raro, porque inmediatamente explicó-: es una asignatura nueva, muy práctica. Conectar luces, motores, construir ascensores… He estudiado el temario y la verdad es que está muy bien para lo que esperaba en principio.

No sé si estoy relatando esto correctamente. Quiero decir, igual piensan ustedes que Pedro estaba en alguna medida descontento, que había hecho las oposiciones de rebote -pues, mira por donde, sí- y que se estaba defendiendo por haber aceptado un trabajo que se le atragantaba pero de algo hay que vivir. No, no, nada más lejos. Pedro estaba realmente ilusionado. Y cuando decía que iba a dar clases se le encendían los ojos como a un cachorrillo -ya se había metido a profesor de protoingenieros en una academia, lo que suaviza la sorpresa- y cuando hablaba de la asignatura había que estar ciego para no entrever que tenía planes muy claros sobre lo que quería mostrar a los chavales, cómo mostrárselo, cómo conseguir la siempre difícil atención de esos mocosos chillones, molestos e irrespetuosos que hemos sido todos en el Instituto.

¿Por qué estoy contando toda esta historia?

En mi noveno Observador Novel (EL COAXIAL n∫21) hablaba de cómo los estudiantes de ingeniería descubrían a mitad de vuelo que la ingeniería no era lo suyo; aquel texto -uno de mis favoritos- empezaba tal que así:

«No faltan aquellos que, pasado cierto tiempo, descubren que la ingeniería no les gusta tanto como sospechaban, o que no les va en absoluto. O que no les agrada el ambiente. O que las circunstancias, sean éstas cuales sean, no son idóneas.

Cierto profesor de física, hace años, avisó de este proceso y aconsejó que, a pesar de descubrir la verdadera vocación, primero se debería terminar aquello en lo que se estaba implicado y después ya se abandonaría uno a sus genuinas inclinaciones.»

Ahí está Pedro: averiguó lo que le gustaba y fue a por ello. Tal vez fuera del ámbito de la Ingeniería, pero es que últimamente este centro es un crisol de personas con muy distintos intereses y, en consecuencia, de lo más heterogéneo. Debemos ver en Pedro un ejemplo del camino que nos va tocar a todos: saldar el nudo gordiano del mundo real, y con un poco de suerte, salir victoriosos. No todos vamos a poder, pero unos cuantos lo lograrán.

Ah sí, la eterna pregunta: ¿hay final feliz?

Sí, claro. Siempre. Sólo depende de dónde coloques el final.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.40


EL ESPECTÁCULO DE TIZA
por Raúl Minchinela

Y digo yo que deberíamos haber avanzado, ¿no? Quiero decir, cien años son bastantes y varios siglos ya es un periodo como para preocuparse, así que el inmovilismo en un periodo tan grande (y a nivel local en nuestro Centro, tan sensibilizado respecto a innovaciones) es digno de ser replanteado. Y más aún cuando uno de los criterios más sólidos contra las evoluciones es el simple y arbitrario hecho de considerarlas «poco serias». Estoy hablando de la educación, un ámbito en el que por ejemplo en Alemania -eso me han dicho- consideran que el hecho de que el profesor que da la clase borre él mismo la pizarra es «poco serio», y a tal efecto acude a clase con un doctorando -persona con la carrera terminada colaborando en un departamento- cuya función es específicamente borrar la pizarra; los profesores magnánimos acuden con un rollo de transparencia y van escribiendo sobre ella y avanzando el carrete para que no haya pizarra que borrar; ya ven ustedes la fragilidad del término «poco serio».

Estoy hablando de educación, sí, pero no de la educación global y etérea, sino la de aula, la de nivel de suelo, la que nos estamos -perdonen los PAS y funcionarios administrativos- comiendo día a día. Y digo que llevamos siglos sin evolucionar porque aún conservamos el método de las aulas medievales: un sabio conocedor subido a una tarima impartiendo su clase magistral y docenas de alumnos tomando nota de sus palabras. Por este lado evolución nula. Pero es que si miramos la clase por transparencias, que se usa como principal alternativa a la estructura anterior, observamos dos puntos muy importantes: por un lado se ahorra al alumnado primero del trabajo implícito en redactar unos apuntes y segundo (y más importante) de redactar apuntes inexactos, error que puede ser fatal; por el otro, seamos realistas, …aburre. Y utilizo el verbo aburrir como se debe utilizar en términos de educación: que no requiere participación mental, que llama a la desconexión,… que difumina el siempre frágil interés del alumno por la asignatura.

De los propuestos hasta ahora, el mejor a nivel intelectual es el primero y el mejor a nivel de fiabilidad es el segundo, y como en un principio el intelectual es el verdadero objetivo de las clases, muchos han optado por usar el primer modelo. Error. Error porque las ventajas de las transparencias (menos trabajo, mejores resultados) han de conservarse y porque -atención- el defecto de la clase de transparencias no es intrínseca con el medio. En otras palabras, una clase de transparencias no es necesariamente «aburrida». Lo que falla es entonces el profesor. Y a eso nos lleva todo este proceso: ¿en qué esta fallando el profesor?

Está fallando en que conservamos el concepto medieval de profesor, cuando los tiempos nos han enseñado de forma irrefutable que ser profesor es algo totalmente distinto; o dicho en términos matemáticos, el profesor está mal definido. Porque la educación es comunicación, mensajes emitidos y mensajes no sólo recibidos sino adquiridos, y por si alguien no lo ha captado todavía, los profesores se dedican al mundo del espectáculo. Como suena. Se ha demostrado que una persona brillantísima divagando tiene peores resultados que un buen comunicador con menores conocimientos, del mismo modo que Arzak enseña la cocina peor que Arguiñano. En otras palabras, los profesores que no aprenden comunicación no están haciendo su trabajo, porque su trabajo como profesor no es conocer sino transmitir. Y las formas eficaces de comunicar son a veces consideradas «poco serias». Imagen, vergüenza, apatía,… no permiten una educación eficaz.

Recuerdo la anécdota del chofer de Einstein dando una conferencia sobre relatividad ante el asombro del austríaco. No es una cuestión de brillantez intelectual. Y además, las personas inteligentes saben lo que tienen que hacer y cómo hacer su trabajo, mientras los menos inteligentes se mantienen en sus trece bajo cualquier circunstancia.

Esperemos que nuestras clases avancen hacia una comunicación eficaz; por banal y «poco serio» que suene, una puerta de aula tiene que equivaler a un cartel tal que este:

Bienvenidos al mundo del espectáculo.

Y ahora una pausa para publicidad.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.41


LA NATURALEZA DE LA ITERACI”N (O VICEVERSA)
por Raúl Minchinela

Gracias a los ordenadores hemos descubierto mucho de la naturaleza del hombre y de la vida. Hay que reconocer que tenemos suerte, primero porque las reglas que ordenan el universo son en buen número codificables (expresables matemáticamente para predecir el futuro, la respuesta a perturbaciones determinadas), y segundo porque hemos conquistado, y lo estamos usando en nuestro provecho, el gran instrumento de la vida: la iteración.

Cuando Francis Crick y James Watson descubrieron la doble hélice del ADN, les concedieron el premio Nobel de medicina, cuando en realidad debería haber sido el de informática: la vida tal y como existe en nuestro planeta son largas tiras de información puramente digital, que puede ser codificada, recodificada y decodificada; cada célula del cuerpo humano contiene unos 715Mbytes de información, de los que sólo aprovecha aquéllos que puede leer (esta miopía selectiva hace que los huesos sean diferentes de los riñones).

La iteración de la información genética explicaba la intrincada red del aparato circulatorio, y sencillos algoritmos lograban que un ordenador generara la imagen de un helecho, o de una raíz, o del sistema nervioso: crear una rama nueva, otra más pequeña otra más pequeña, otra más pequeña, otra más pequ… Pero había sorpresas en el horizonte.

Richard Dawkins, que ya llevaba años dedicado a teorías evolucionistas, decidió en 1984 implementar uno de esos programas para «hacer árboles» incluyendo alguna de esas visiones evolutivas. Cuando lo creó, sólo esperaba ver eso, árboles; ni su intuición biológica, ni sus veinte años de experiencia en programación, ni sus sueños más locos, vaya, le podían preparar para lo que apareció en pantalla: en algún momento, la imagen, que se regeneraba continuamente, tuvo un ligero parecido con un insecto, y según seguía regenerándose y regenerándose la similitud crecía y crecía, y también el asombro de Dawkins. La vida ficticia, la de ceros y unos en un microprocesador, también evolucionaba, y lo hacía igual que la presente en nuestro planeta. Aquel día nació la biología sintética.

La biología sintética ha mostrado algunas teorías aterradoras. La que encuentro más espectacular es la de los virus, que no pasan de ser una ristra de bytes envuelta en plasma (e incompleta, por lo que es dudoso llamarlos vida) cuya función es usar todo aquello de lo que puedan disponer para hacer copias de sí mismos. El virus, en ese proceso para el que existe, puede (y de hecho lo hace) modificar el ADN (información) anfitrión, igual que un virus informático; los actuales ADN son en buena medida herencia de ataques de virus, entre otros modificadores. Así que cuando a los ingenieros genéticos se les dice «estáis jugando a ser Dios», en realidad están jugando a ser virus.

¿Dónde lleva todo esto? A la ingeniería informática. Igual que el metro francés fue casualmente la distancia que recorre la luz en 1/300000 de segundo (el pie inglés no tiene equivalente físico, y menos tan impermutable como la luz), resulta que en la informática reside el arte de saber cómo funcionamos.

¿Pero -y volvemos al punto inicial- es codificable? Un ordenador sólo hace lo que le mandes, y por tanto la obtención de un insecto corresponde a una órdenes conocidas. Por otro lado, las leyes de evolución de Darwin se están mostrando cada vez más como leyes absolutas, tan poderosas como E=mc2. Dawkins no va a obtener las ecuaciones: ha renunciado al tratamiento matemático y trabaja únicamente sobre instinto y ensayo y error. Pero si tenemos suerte y estas leyes son codificables, podremos vernos retratados en un monitor con nuestra imagen de dentro de miles de años, con nuestros nuevos sentidos: como mostró McLuhan, las telecomunicaciones son extensiones de nuestros sentidos (nos permiten ver y hablar y escuchar a mayor distancia), y la evolución del cuerpo humano va a ir de la mano, en adelante, con la evolución tecnológica: ahí entran los ingenieros de telecomunicación.

Fíjense por dónde, el futuro del hombre está contenido -en concepto- en este edificio. A ver cómo lo modifica el virus de los nuevos planes.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.42


EL BLUES DEL NUEVO EDIFICIO
por Raúl Minchinela

Sé que debería dejar la arquitectura para los arquitectos y el humor para Alberto Gómez, pero es que lo del nuevo edificio -espero que hayan leído la entrevista con Basilio Tobías en el pasado COAXIAL- me recuerda al célebre chiste infantil del reloj que tenía barómetro, rádar, teléfono, televisión, agenda, láser y demás accesorios galácticos, pero que, cuando preguntabas si daba la hora, el dueño contestaba «bueno, vaya, no puedes tenerlo todo».

Leyendo la entrevista uno obtiene unos detalles de lo más reveladores. El primero es la temática de las respuestas; el señor Tobías responde a todas las preguntas con cuestiones estéticas: que si iluminación indirecta, que si masas arboladas,… cuando ese edificio se está construyendo por razones de masificación. En otras palabras, si el arquitecto hubiese pasado la mayor parte del tiempo planificando respecto a ocupación a largo plazo (previendo de forma pesimista, visto cómo nos ha ido el pelo) nos habría contado, porque se le daba pie a ello, los distintos pasos sopesados para optimizar la estructura del edificio: el que trate tanto los temas estéticos hace sospechar que no se ha estrujado mucho la cabeza con los contenidos -ustedes y yo-, y sí con el continente. Y cuando das clase a horas intempestivas y en tres aulas por día no te pueden importar menos las lamas de aluminio y la luz tangencial.

Otro detalle digno de destacar es el nuevo salón de actos (los pequeños congresos es otra de las referencias que más cita, tal que si las musas del Centro se lo hubieran indicado como prioridad), que no podrá recoger actividades teatrales pero, eso sí, será estupendo para escuchar conciertos de música de cámara. Alucinante. Suerte hemos tenido de que a don Basilio no le gustasen los caballos, o nos planta un hipódromo en la tarima. Además, cualquiera sabe que en las facultades de este país apenas hay grupos de teatro mientras que rebosamos concertistas de cámara. Dios mío, promocionar el teatro; a por él ahora que está moribundo, pero, eso sí, el estanque hay que construirlo como sea.

(A modo de apostilla, esto me recuerda la demencial disposición del actual salón de actos, gracias a la cual -compruébenlo y pásmense- no puedes iluminar el escenario: o iluminas toda la sala o todo se queda a oscuras. Ese «pequeño detalle» (luego está lo de las dobles puertas para separar los accesos a público y al escenario, igualmente descabezado, o lo de que no haya telón ni caja negra, lo que convierte la sala en un cubo de hormigón, pero eso otro día) lleva a los chicos de DIR-Europa a colocar focos cada año en un techo a considerable altura, con Chemi y con Nati subidos a un andamio a las muchas de la madrugada jugándose la vida; no exagero, comprueben la distancia ustedes mismos: una actriz de Els Joglars se dejó la columna vertebral en un teatro cayendo de un andamio. Fin de la apostilla).

Por supuesto, como si fuese una ley tácita para los edificios destinados a docencia universitaria, el nuevo edificio va a tener (otra) cafetería, que -atención- podrá ampliarse con una terraza a la que sacar mesas para disfrutar de las vistas (!!?), de los atardeceres y del ¿imprescindible? estanque. Lo que el señor Tobías no sabe es que en verano anochece muy tarde y en invierno en el actur hace un frío que encoge los pingüinos, por no decir que la gente ansía fuera de toda medida salir cuanto antes del Qulo del Mundo. Así que supongo que don Basilio y toda su familia podrán ver los atardeceres -eso si, muy bien abrigados- con la plena seguridad de que no les van a faltar sillas.

Lo del estanque -sigo fascinado con él- y lo de la fachada para el Campus Tecnológico (el C.T. otro tema del que nadie sabe nada pero que aparece continuamente) los dejo a la consideración del jurado. Eso sí, espero que don Basilio haya incluido un buen número de porches para improvisar aulas luego, aunque, visto lo visto, igual ha colocado allí un circo de gladiadores, que también abundan en todas las facultades.

Sólo me queda prevenir del consumo excesivo de sustancias alucinógenas y parafrasear al Perich cuando decía que hay constructores que utilizan el cemento para maquillarse. Que San Pepe nos coja confesados.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.43


TEXTO POLÍTICO
por Raúl Minchinela

Me entristece la gente que se considera apolítica porque, como mi viejo yo, piensan que se encuentran en una posición neutral que les permite ver las cosas con equilibrio. Y de posición neutral nada. Ya han elegido, tal vez por defecto pero siempre por ignorancia, un bando.

A mis ojos, buena parte de la cuestión política reside en elegir el bando correcto, o lo que es lo mismo, responder a la pregunta «¿estoy en el bando correcto?» (para los que creen ser apolíticos, «¿Es correcto no estar en «ningún bando»?»).Esto me viene de principios de los ochenta, cuando en la guerra Iran/Irak era incapaz de determinar quienes eran los «buenos», acostumbrado a la nitidez del Hollywood bélico. Olvidaos del cine. Si estudiáis la política tal y como nos la muestran primero los textos y después los medios de comunicación -unos tan manipulados como los otros, cada uno barriendo hacia casa-, lograréis, con suerte y tras confrontar unos con otros, conocer las distintas apuestas políticas, las ideas esenciales, las lineas generales, las direcciones básicas.

¿Direcciones hacia dónde?

Seamos serios. Hay una guerra ahí fuera: en todos los países, en todos las instituciones, en cada proyecto de ley, en cada norma de aparcamiento y en cada telediario. La revolución ESTA siendo televisada. ¿Por qué luchan? ¿Cuál es el trofeo?

Quiero decir, he discutido esto con un cierto número de gente y todos se remiten al mal llamado «beneficio común», un recurso que comprendo que nos lo intente hacer tragar el señor ministro de Hacienda y, por supuesto, los media pro-gubernativos.

Pero no. No. No, no, no.

Hay un indicador, ¿sabéis? Como los papeles de tornasol, que cambian de color con la acidez. Como los sensores termopares y las galgas extensométricas. Hay un indicador para saber si estamos en el bando correcto, y los pocos que lo han puesto sobre la mesa han sido apaleados por los políticos (y en consecuencia por el Sistema: policías, cárceles, jueces, siquiátricos, lobotomías,… el Estado -cualquier Estado- puede robarte y violarte y extirpar todas tus vísceras y usar tus ojos para jugar al billar si le apetece). Es un indicador que los políticos han logrado alejar de la política, convertirlo en antónimo, en opuesto, para que nadie intente relacionarlo. Como cantaban los Planetas:» puedo hacer que no haya sol/ puedo hacer que no lo veas/ y que nadie lo recuerde nunca más».

Hay un indicador. Y es el objetivo.

¿Direcciones hacia dónde?

Hacia la alegría.

La política (esa que sale todo los días en los noticiarios) no tiene que olvidar en ningún momento que está hecha para la alegría, desde la nostalgia de la alegría hacia la obstinación de la alegría. La revolución y la lucha política, que tratan de lo mismo. He ahí el objetivo. El hombre ha nacido para jugar, para reír, y la política lo olvida (o lo tapa) con frecuencia: las revoluciones se vuelven serias, se vuelven grises, se vuelven sordas, la gente deja de vestirse con colores alegres, todo se vuelve gris. Acaban convirtiéndose en lo opuesto a la naturaleza humana: el hombre es un animal lúdico igual que es un animal erótico, y el sexo, como la alegría, es algo de lo que se habla mucho pero que apenas se practica, y como ella, es una necesidad que nos permitimos el lujo de negarnos.

Esa es la forma de saber si estás en el bando correcto. Mirar alrededor y ver si la gente sonríe al compartir. Ernesto «Ché» Guevara, aparte de llevar siempre libros de poesía o novelas en el bolsillo, tenía un enorme sentido del humor, y cuantos lo conocieron supieron hasta qué punto -palabras de Cortázar, entre otras muchas- podía ser como un cachorro juguetón. O pongamos el bando de los zapatistas en Chiapas, único lado lógico en el conflicto, única posición que una persona con un mínimo instinto de dignidad humana puede defender. Maldita sea, hasta los etarras llegaron a ser el bando adecuado en los primeros setentas, lo que le valió el apoyo de Francia hasta veinte años después de convertirse los locos grises y extirpadores -¿os suena?- que son ahora.

Nunca se ha dado un conflicto humano en el que los dos bandos lucharan por la alegría. Incluso, en muchas ocasiones, no lo ha hecho ninguno, enfangados en este mundo (esta situación, esta política) petroleodependiente y dineroadicto, o más bien adicto a crear pobres (porque sin pobres no hay ricos, lo que es muy decepcionante para los pusilánimes que necesitan tener a alguien debajo).

Y ser apolítico es ayudar al bando gris. Al del billar y los ojos.

¿Hace cuánto que no luchas por la alegría?

Decía una amiga mía que había descubierto que hay gente que no quiere ser libre -cosa que la asombraba sinceramente- y que ahora se razonaba por qué existen los individuos que imponen restricciones.

¿A qué bando perteneces?

(La sirena está sonando en todas las televisiones. Es hora de empezar a reír y de meterse al bolsillo un buen libro de poesía.

-¡Arrepiéntete, Arlequín!- dice el hombre del tic-toc).
EL OBSERVADOR NOVEL No.44

DISERTACION SOBRE EL MIEDO A LA TECNOLOGIA Y SU PROVECHO
por Raúl Minchinela

Si ustedes preguntan a sus padres o a sus vecinos qué es Internet, siempre y cuando éstos no hayan navegado nunca por el ciberespacio, comprobarán cómo, para ellos, es una forma de pornografía infantil. Y no hay vueltas que darle: es lo que les han dicho que es.

(Igual que para ustedes Snoopy es una cosa de niñitas conservadoras cuando en realidad fue una revolución en la comunicación del siglo veinte, así que no se ría nadie, porque cada uno hemos comulgado nuestras buenas ruedas de molino).

Desde que Maquiavelo forma parte del temario de bachillerato, uno debería, cuanto menos, estar avisado respecto a lo que a manipulaciones se refiere. Siempre y cuando, claro está, uno entendiese de qué diablos le estaban hablando en el bachillerato.

Fríamente, no entiendo a qué viene la actual persecución de Internet que se está llevando a cabo en los medios de masas, pero todos los canales de televisión entonan con un gravísimo hilo de voz que «la conexión es demasiado fácil», «todo el mundo puede tener acceso» o «se puede encontrar de todo». Muchos lo achacan, como primera aproximación, al sempiterno miedo a la tecnología.

Comprobaba con asombro a finales de noviembre un caso similar de pánico a la novedad: la misma alarma que ahora recibimos por televisión la daban los periódicos de final de siglo, que renegaban del ferrocarril porque, avisaban alarmados, el tren iba a enloquecer a los pasajeros cuando éstos observasen el paisaje a la mareante velocidad de 40 Km/h.

Y dándole vueltas a la cabeza, he terminado sin más posibles ideas que, por un lado, la necesidad de los periodistas de crear noticias para ganarse el pan, y por el otro, de ahí lo de Maquiavelo, a la censura (o llámenlo información canalizada, o predisposición de la audiencia, o manipulación, o como les apetezca).

Lo que los medios no dicen es que, si revientan Internet, la pornografía, y el tráfico de armas, y tanto etcétera, van a continuar a sus anchas porque tienen dinero para inventarse una infraestructura, mientras que serán los usuarios de a pie, los que gustan de dar y recibir mensajes sin que haya un político o un obispo soplando la oreja, los que quedaran mudos y sordos. Tal vez circular mensajes es más peligroso, para algunos, que la pornografía infantil, pero esta última tiene, a nivel de calle y por razones evidentes, mucho cuerpo para predisponer a cualquier cosa que la «apoye». Si limitan Internet no restringiran a los traficantes, forrados de billetes, sino a ustedes y a mí. «El acceso es demasiado fácil».

Otro tramo fascinante de Internet es la gente que esta trabajando gratis para conseguir la maxima libertad: el inventor del encriptador de mensajes PGP, que impide al FBI leer cuanto circula, está sometido hoy día por la ley. Y sólo hizo un programa de ordenador que garantizaba que el cartero no abriese la carta. Cielos, qué gran delito.

Así, igual que se habla de los censores se debe hablar de los contracensores. Un reciente spot de televisión anunciaba que la revista Cosmopolitan (una de las mejores publicaciones de humor y uno de los mayores enemigos del feminismo inteligente) iba a hablar de lo sana que es la masturbación. Días después la palabra Masturbación fue sustituida por la palabra Autoerotismo. Como si uno eyaculase distinto usando una u otra palabra.

Lo importante es que fue corregida. Si hubiesen sido sutiles, habrían dejado ese anuncio y hubiesen censurado todos los posteriores. La censura debería esforzarse en el camuflaje: la más disimulada es probablemente la estadounidense, en la que, desde los años setenta, el periodismo ha sido erradicado -ya es imposible un Watergate o una concienciación tipo Vietnam-, todos los medios tienen impuesta una autocensura (que siempre va a ser más fuerte que la impuesta por el exterior) sin la cual no pueden acceder a los grandes mercados, y en consecuencia la población general es genéricamente ignorante y convencida de lo contrario, de país libre y plural. Que es para lo que sirve la censura, vaya. Maquiavelo, Bachillerato… ¿recuerdan?

Pero aquí no: aquí mostramos la censura en plena televisión en horario de máxima audiencia. Ahora, gracias al milagro de la tecnología, unos pocos más saben que vivimos en un país con censura (de ésa que secuestra publicaciones: véase el Contracultura 4 por ver un ejemplo de los muchos que existen a fecha de HOY), y se dan cuenta de que lo que nos venden como malo suele ser no tan malo y lo que nos venden como bueno suele ser no tan bueno. No puedo pensar que estas cosas -la nitidez de la censura- sucedan por casualidad: quiero creer que hay quien se ha dado cuenta y se ha callado. Este artículo es un homenaje a ellos. Ese es el trabajo de los Invisibles. Avisar. Señalar. Descorrer la cortina. Recordarnos el Bachillerato.

Así que si apuran el oído podrán oir, en la distancia, las carcajadas de Maquiavelo.
EL OBSERVADOR NOVEL No.45

EL VALOR DE UN PAPEL, O QUÉ SUCEDIÓ EN 1978
por Raúl Minchinela

¿Qué pasó en 1978?

O lo que es lo mismo, ¿qué es un Título Universitario?

Es asombroso ver que la mentalidad general -la social, externa, y la de los miembros de la Universidad, interna, es decir, la de todos excepto los que tienen conocimiento de la realidad administrativa y legislativa- tiene una visión clásica del Título: es decir, ven el T.U. como lo que fue y no como lo que es. Y es ese «tradicionalismo conceptual» el que lleva a mucha gente al engaño de que está consiguiendo, al completar su carrera, algo que no tiene las propiedades que pensaba, porque esas las perdió hace casi veinte años.

Eso fue lo que pasó en 1978.

Antes de esa fatídica fecha, los T.U.s tenían indisolublemente asociadas unas atribuciones que aparecían en el propio documento, exactamente en el reverso: allí se mostraba lo que el titulado podía hacer. En otras palabras, como en los vales de los chicles, los títulos rezaban: la persona nombrada en este documento puede hacer esto, esto y esto. Esas eran las atribuciones del título. Y si en alguna parte alguien necesitaba que se hiciera «esto», «esto» o bien «esto», necesitaba alguien con -específicamente- ese T.U. y no otro. El T.U. tenía un valor laboral implícito. Tan implícito que sólo había que darle la vuelta.

Pero en 1978 se cambió la legislación y los títulos dejaron de mostrar atribuciones: si éstas se daban era de una forma totalmente independiente. Y no tenían, ni tienen, por qué existir. En otras palabras: es muy probable -según diversas personas que han invertido tiempo en esto- que el T.U. tenga un valor laboral intrínseco nulo. En otras palabras: puede convertirse en papel mojado en cualquier momento. Sólo hay dos excepciones: los Ingenieros Industriales, tanto técnicos como superiores, y tal vez el resto de Ingenierías superiores; pero el resto, desde una licenciatura en Física hasta una en Derecho pasando por todas las que queráis incluir, entran en el saco de las que no tienen nada asignado.

Quedan pues dos cosas por aclarar para entender el panorama actual: primero, por qué los industriales son distintos; segundo, ¡ah, amigo!, qué es hoy un título universitario. Respondiendo a lo primero, los ingenieros superiores tienen atribuida por legislación la potestad de firmar proyectos: un proyecto no puede llevarse a cabo sin la firma de un ingeniero superior -que por otra parte responderá ante la legalidad por su aprobación-; por otro lado, los Ingenieros Técnicos Industriales estuvieron listos, agitaron las aguas y lograron que la legislación mostrara específicamente unas atribuciones asociadas al titulo de técnico industrial, lo que les hace en este sentido únicos en el panorama nacional. Conforme a qué es un título…

Un Título Universitario es -a mis ojos- una cuestión de confianza. Un empresario, cuando le muestras el papel, confía en que hayas recibido la educación apropiada: por eso es importante la escuela que lo ha expedido, y por eso también los célebres anuncios de «absténganse los pertenecientes a las siguientes promociones…» Para la contratación suele confiar en el T.U., pero puede no hacerlo, y el título no te posibilita, de por sí, labores explícitamente asociadas a tu documento.

A pesar de lo mostrado, quedan muchas y muy serias dudas. ¿Hasta qué punto esa potestad de firmar proyectos es extensible a todos los Ingenieros superiores? ¿Están los informáticos fuera de ese grupo de privilegio? ¿Están realmente los alumnos de la Universidad -el pleno de los habitantes del Campus- batiéndose el cobre por conseguir un papel que tiene poco más valor intrínseco que como autógrafo del Rey? Esta es una cuestión peliaguda que espero logremos aclarar -siempre y cuando a nadie le interese acallarla- en próximos ejemplares de EL COAXIAL.

Este artículo ha nacido de una difícil labor de investigación, primero por lo arduo del lenguaje legal y segundo porque la Universidad, productora en monopolio de T.U., nunca nos ha dicho qué es un título (bajo mi perspectiva, debería incluir un prospecto con las características y contraindicaciones, con las propiedades y usos, como lo hacen los farmacéuticos y los fabricantes de bombillas y los botes de spray limpiahogar; pero no lo hace). El presente texto puede tener, pues, errores documentales; a ver si entre todos podemos pulirlos e identificar el T.U. definitivamente. Ojalá aparezcan aportaciones de alumnos y de administradores, de representantes y de portavoces, para dar luz sobre este (para mí, muy serio) tema.

Créanme, en nuestro ámbito, pocos asuntos hay más serios que este. Las líneas están abiertas.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.48


SOSPECHOSOS HABITUALES
por Raúl Minchinela

Pongamos un caso imaginario.

Supongamos que tiene usted unos inquilinos (familiares, alquilados, lo que usted prefiera) que, sistemáticamente, atrancan los retretes con grapas, chinchetas, papel higiénico, plásticos y paquetes de cigarrillos (digamos, unos tres embozamientos por semana); que toman los libros que les dejas y no sólo los roban, sino que encima te dejan las cubiertas vacías en el estante, para que no olvides que tuviste un libro; que, en cada una de sus fiestas, rompen puertas, ventanas, arrojan objetos contundentes, roban elementos de la instalación eléctrica y orinan en las habitaciones (y no a consecencia de los embozamientos) dejando un rastro inconfundible de destrucción y de mugre, mucha mugre; que, cada vez que aparece la hipótesis de que van a realizar algo, saltan las alarmas en varias manzanas a la redonda y hasta los jubilados del tercero atrancan las puertas con muebles y se hacen fuertes atrincherados tras el sofá.

¿He dicho imaginario? Mentira. Estoy hablando de los estudiantes de Ingeniería, una estirpe ante la que los mismísimos hunos de Atila correrían despavoridos antes de que alguno les estampase una botella de champán desde cinco metros de altura; la supuesta élite aragonesa esconde en sus aulas a un nutrido grupo de energúmenos capaz de cualquier cosa con tal de reir la risa del cretino.

La cosa viene de largo y la administración del centro es la más preocupada en el tema por cubrir la tradicional función de pagar los platos rotos. Lamentablemente, esos mismos sectores siguen intentando averiguar el origen de este comportamiento con una efectividad digna de Pepe Gotera y Otilio. Por poner un ejemplo cercano, durante mucho tiempo se señaló como promotor del vandalismo al ciclo de zine «La Cámara Enferma» y los organizadores se encontraban con todo tipo de trabas, hasta el punto de que la administración (como los buenos tiempos del gobierno irlandés) tenía un problema para cada solución. Curiosamente, (el tiempo es el juez que…) esa misma actividad cultural fue, la última champanada, la única salvación: todo el centro acabó destrozado excepto un im-po-lu-to salón de actos. Bien por Javier Marco y sus ayudantes.

Se podría culpar del vandalismo a las fiestas, pero basta hablar con las chicas de limpieza para ver que el Campeonato Mundial de fastidiar el C.P.S. no atiende a calendarios tan espaciados. La acción no es exclusiva de San Pepe o la Champanada, pero se pueden considerar sin duda pruebas reina del circuito. Semana tras semana, como la más creativa de las campañas Kinder, el C.P.S. esconde una nueva sorpresa, un destrozo aún más imaginativo. Y claro, como estudiante de ingeniería, uno se plantea si por solidaridad con los compañeros debería tomar un trozo de tubería y levantar el alicatado a mazazos, formando parte de esa tan desorganizada como efectiva cuadrilla de demolición.

No se extrañe nadie, pues, cuando, al decir a sus tíos o a sus vecinos que es estudiante de ingeniería, le estampen un crucifijo en la cara, lo rocíen con agua bendita en pleno exorcismo, y mantengan la distancia con una silla y un látigo como cualquier otro domador de fieras. Yo, por el momento, voy diciendo a todo el mundo que estoy estudiando filosofía. A ver si cuela.



      

EL OBSERVADOR NOVEL No.48


SOSPECHOSOS HABITUALES
por Raúl Minchinela

Pongamos un caso imaginario.

Supongamos que tiene usted unos inquilinos (familiares, alquilados, lo que usted prefiera) que, sistemáticamente, atrancan los retretes con grapas, chinchetas, papel higiénico, plásticos y paquetes de cigarrillos (digamos, unos tres embozamientos por semana); que toman los libros que les dejas y no sólo los roban, sino que encima te dejan las cubiertas vacías en el estante, para que no olvides que tuviste un libro; que, en cada una de sus fiestas, rompen puertas, ventanas, arrojan objetos contundentes, roban elementos de la instalación eléctrica y orinan en las habitaciones (y no a consecuencia de los embozamientos) dejando un rastro inconfundible de destrucción y de mugre, mucha mugre; que, cada vez que aparece la hipótesis de que van a realizar algo, saltan las alarmas en varias manzanas a la redonda y hasta los jubilados del tercero atrancan las puertas con muebles y se hacen fuertes atrincherados tras el sofá.

¿He dicho imaginario? Mentira. Estoy hablando de los estudiantes de Ingeniería, una estirpe ante la que los mismísimos hunos de Atila correrían despavoridos antes de que alguno les estampase una botella de champán desde cinco metros de altura; la supuesta élite aragonesa esconde en sus aulas a un nutrido grupo de energúmenos capaz de cualquier cosa con tal de reír la risa del cretino.

La cosa viene de largo y la administración del centro es la más preocupada en el tema por cubrir la tradicional función de pagar los platos rotos. Lamentablemente, esos mismos sectores siguen intentando averiguar el origen de este comportamiento con una efectividad digna de Pepe Gotera y Otilio. Por poner un ejemplo cercano, durante mucho tiempo se señaló como promotor del vandalismo al ciclo de zine «La Cámara Enferma» y los organizadores se encontraban con todo tipo de trabas, hasta el punto de que la administración (como los buenos tiempos del gobierno irlandés) tenía un problema para cada solución. Curiosamente, (el tiempo es el juez que…) esa misma actividad cultural fue, la última champanada, la única salvación: todo el centro acabó destrozado excepto un im-po-lu-to salón de actos. Bien por Javier Marco y sus ayudantes.

Se podría culpar del vandalismo a las fiestas, pero basta hablar con las chicas de limpieza para ver que el Campeonato Mundial de fastidiar el C.P.S. no atiende a calendarios tan espaciados. La acción no es exclusiva de San Pepe o la Champanada, pero se pueden considerar sin duda pruebas reina del circuito. Semana tras semana, como la más creativa de las campañas Kinder, el C.P.S. esconde una nueva sorpresa, un destrozo aún más imaginativo. Y claro, como estudiante de ingeniería, uno se plantea si por solidaridad con los compañeros debería tomar un trozo de tubería y levantar el alicatado a mazazos, formando parte de esa tan desorganizada como efectiva cuadrilla de demolición.

No se extrañe nadie, pues, cuando, al decir a sus tíos o a sus vecinos que es estudiante de ingeniería, le estampen un crucifijo en la cara, lo rocíen con agua bendita en pleno exorcismo, y mantengan la distancia con una silla y un látigo como cualquier otro domador de fieras. Yo, por el momento, voy diciendo a todo el mundo que estoy estudiando filosofía. A ver si cuela.

EL OBSERVADOR NOVEL No.51

EL SECRETO DEL UNIVERSO: EL ÚLTIMO OBSERVADOR NOVEL
por Raúl Minchinela

Ssssh. Acercaos a esta esquina, lejos de los ojos de curiosos, a la luz de esta llama que se extingue. Acercaos y guardad silencio, pues he de daros un testamento antes de callar para siempre. Acercaos y poneos cómodos, pues voy a contaros, antes de que se apague esta hoguera, cómo descubrí el secreto del universo. Podéis liar un cigarrillo si queréis.

Dice Primitivo Aznar que el secreto del universo es que no hay ningún secreto, y no le falta razón. No es menos cierto que Primitivo es una persona eminentemente racional y espera que los secretos del universo sean ajenos a las personas e invariantes en el tiempo. Un poco como las ecuaciones físicas.

Pero, en mi caso, llevo algún tiempo (a pesar de mi incapacidad de leer fluidamente a Baudrillard) hurgando en el posmodernismo, que retoma la esencia biológica y sociológica del hombre tras el apocalipsis ideológico y político que vivimos. El posmodernismo comenta procesos reales señalando unas cuantas (reveladoras) características. Las drag-queens han demostrado que «la mujer» no es un arquetipo, sino un estereotipo. Las especies partenogenéticas (el lagarto Cnemidophorus Uniparens es un ejemplo) han demostrado que el sexo y la reproducción son cosas distintas. La postura posmodernista se refleja en «Still Ill» de los Smiths: «¿Manda el cuerpo sobre la mente o manda la mente sobre el cuerpo? Ah, no lo sé».

Lo que quiero decir con todo esto es que de un tiempo a esta parte quien suscribe tiende a construir todo en relación al hombre, en una postura equivalente a lo que la matemática aplicada realiza en relación a la ingeniería. No sorprenda a nadie pues que este texto necesite ser aplicado por cada persona, en oposición a la ley de gravitación universal, que funciona por sí sola.

Acercadme el vino, se me seca la garganta. Y avivad un poco el fuego, que la llama se está apagando. ¿Por donde iba? Ah, sí, el relato. Cómo sucedió todo.

Todo empezó en marzo del 95. Conocía por separado a dos chicos, Tomás y Joaquín, que destilaban en cada frase una envidiable mezcla de locura y genialidad, y que coincidían conmigo en valorar el movimiento cultural en el C.P.S. -en cuanto a creación y potenciación artística, principalmente- como insuficiente. En los meses siguientes aquellas tres personas organizaron un ciclo de cine, crearon una publicación a modo de guía introductoria a la expresión pop, y construyeron, diseñaron y llevaron a cabo un montaje teatral con pirotecnia y sangre falsa y música en directo y Tomás colgado a varios metros del suelo; todo antes de terminar el año. No está -creo- nada mal.

Pero hablábamos del descubrimiento… Durante todo ese tiempo, especialmente en las agotadoras maquetaciones de la publicación, aquellas tres personas intercambiaban conversaciones sobre lo que debían ofrecer, sobre qué era lo que faltaba en su entorno. Hablaban y hablaban de carencias (y de otros muchos y jugosos asuntos, pero vaya…) de lo que les rodeaba frente a lo que ellos conocían, y discutían y discutían sobre lo que debían reparar.

Aquellas discusiones no sólo sirvieron para fabricar páginas: en aquel pequeño Club de los Estetas Inquietos se conjugaban las distintas personalidades de sus miembros. Tomás resultó ser un cosmopolita extremo, enamorado de lo urbano y de lo sensorial; el que suscribe tenía un espíritu mucho más cerebral y todo lo miraba conforme al interés intelectual; Joaquín era un hombre con los pies en el suelo, de campo y de sol, lejos de los castillos en el aire de sus compañeros. Personalidades tan dispares estaban destinadas a colisionar.

Pero no.

Juntos se demostraron mutuamente, entre copa y cigarro, entre canción y tebeo, que la posición del otro no era tan buena como el creía, y que la propia, a la luz de los eventos, tampoco era tan sólida. Todo el tiempo discutiendo sobre las carencias de lo que les rodeaba frente a lo que conocían, pero no habían pensado en el viceversa, en lo que les faltaba de cuanto les ofrecía su alrededor. Y ahí, en algún momento, se reveló el secreto del universo.

Hay individuos que necesitan escalas para valorar. Hay personas que sólo se divierten con algo si saben que cuesta dinero y que van a poder jactarse frente a otros que no lo tienen, o frente a sí mismos por creerse afortunados. Es la enfermedad del dinero: un proceso es tanto más placentero cuanto más caro es. Igual que sucede con el dinero sucede con el exotismo, la extravagancia, el cosmopolitismo…: si algo no es suficientemente urbano, o intelectualmente elevado, o en consonancia con la moda, o acorde con mis costumbres culturales, o tantos miles de equivalentes, no vale la pena. Esa es igual enfermedad que las anteriores. Es el mismo tipo de desprecio. El mismo tipo de error.

Debemos olvidar las escalas. Debemos ignorar el precio de las cosas, o la dificultad para encontrarlas, si son de campo o de ciudad, si son obra de un neófito o un consagrado. Debemos afrontarlas sin reparar en ello, que ya pensaremos en todo eso después. Lo que debemos hacer es aprender a disfrutar la diferencia, el sabor distinto, las nuevas vibraciones. Hay tiempo para bailar y tiempo para pintar; hay tiempo para leer un libro y tiempo para practicar el amor; hay tiempo para sembrar y tiempo para ir al teatro; tiempo para limpiar y tiempo para escribir; tiempo para comprar fanzines y tiempo para comprar el pan; tiempo para soldar acero y tiempo para cavar zanjas; tiempo para beber vino y para beber agua, y zumo, y aguardiente, y coñac, y sidra, y un sol y sombra acompañado de una buena faria. Hay tiempo para todo. El error está en negarte la más mínima cosa. La sabiduría nos llevará a un punto en el que nunca diremos «esto no me gusta»; sólo podremos decir «esto es malo» o «esto es un plagio», pero habremos desarrollado un gusto sobre todo, sin rechazos ni alergias. Cierto, es mucho más fácil dar valor apoyándote en escalas, y por eso las cosas grandes, caras y escasas son más fáciles de valorar. Pero cuando hayamos aprendido a valorar las pequeñas cosas, con lo que las grandes ya estarán conquistadas, seremos inexpugnables, porque nos podrán quitar todo cuanto quieran y nosotros seguiremos sacando placer de observar una piedra, de retorcer un palo contra el suelo, de apreciar la acidez de una naranja madura, de sentir el ligero picor del sol y la áspera caricia de la arena en el viento. Habremos aprendido a disfrutar de todo.

Ese es el secreto del universo.

Ese es el terreno en el que jamás os podrán robar la felicidad, en el que seréis indestructibles hacia adentro. Es algo de lo que no podréis jactaros ante los demás, pero es que el deseo de jactarse, y su hermana gemela la envidia, son cosas de pusilánimes. No podréis envidiar a nadie, ni nadie os envidiará. ¿Y qué importa? Seréis felices. Y ese es el mayor tesoro. No puedo ir más allá, no conozco nada más hermoso.

Hora es de marcharme. Ya se apaga la llama. Ahora apenas quedan brasas.

Como cantaba Hendrix, disculpadme mientras beso el cielo.